Hay mucha gente que decide comenzar un estilo de vida más saludable y comenzar a comer bien y a entrenar, pero a lo largo de los meses no notan tantos resultados como a ellos les gustaría.

En concreto, conozco un caso en el que una chica se apuntó a un box de Crossfit para quemar algo de grasa. Después de seis meses de burpees y barras, su cuerpo apenas había cambiado.

Después de probar diferentes entrenamientos y dietas, esta chica decidió probar el ayuno intermitente, que consistía en mantener un ayuno durante 16 horas, y comer durante 8 (no seguidas, claro). Dejaba de comer sobre las 7 o las 8 de la tarde, y no volvía a comer hasta las 11 de la mañana del día siguiente. Es decir, básicamente lo que hacía era saltarse el desayuno.

Pues bien, después de 12 semanas haciendo ayuno intermitente, los resultados fueron mucho más impresionantes de lo que hubiera imaginado. Se pesaba una vez cada pocos días y veía que tampoco perdía peso, pero cuando se fue a poner la ropa para irse al box a entrenar, se dio cuenta de que su cuerpo sí había cambiado, y mucho.

Se veía más definida y con un cuerpo más esbelto. ¿Pero entonces cómo es que no perdió peso? Muy fácil, en realidad sí eliminó grasa a la vez que ganó masa muscular, y como el músculo pesa más que la grasa… el resultado es una mayor tonificación con unos músculos más visibles.

El truco por el que este tipo de alimentación funciona es que durante las ocho horas que puedes comer, no hace falta llevar un control exhaustivo de las calorías. Lógicamente tampoco tienes carta blanca para comer toda la comida basura que quieras, pero tampoco tienes que atiborrarte a frutas y verduras.

Pero, sobre todo, este ayuno intermitente le ayudó a controlar su obsesión por la comida y la pérdida de peso, además de sus ataques de hambre de dulce. Antes, hacía 5 o 6 comidas al día, de manera que estaba casi todo el día comiendo, aun sin hambre, como nos han enseñado que debe ser.

Al ayunar, aprendió que no pasa nada por sentir hambre antes de comer. Pero lo más interesante fue que, comiendo menos, sentía cada vez menos sensación de hambre. Y sobre todo de dulces.

Además, aprendió a diferenciar cuando tiene hambre, o cuando es sólo sed (creedme que este error es más común de lo que os pensáis), y a saber cuándo está realmente llena para no seguir comiendo.