“Cariño”, se escucha en cualquier casa, “tenemos que empezar a poner fecha y escoger dónde vamos de vacaciones”. Hasta aquí, una conversación que cubre desde los años cincuenta hasta, quizá, hace seis o siete.

Adivinaríamos sin lugar a dudas la continuación si no fuera por la introducción de las agencias de viajes especializadas en maratones, del turismo asociado por el correr y del vicio que come a muchos por dentro.

Seguimos con la escena.

“Podríamos ir a visitar Nueva York, por ejemplo”. Es la variante del homenaje anual con la excusa del maratón. La gran escapada convertida en el viaje de ensueño. De ensueño para el corredor, que lleva leyendo sobre el maratón de Nueva York desde que empezó a trotar. Detectar esa ilusión es bueno.

La pareja debe decidir si quiere ver la ciudad siguiendo el ritmo de un pelotón en chándal. Es probable que sea la única manera -u ocasión- de viajar a esa u otra gran ciudad. París, Londres, Roma, Berlín, bellas ciudades que verás en modo reducido.

Esposa o amigo de runner, toma la delantera y propón algún destino en el que ni se organicen carreras ni se aprecie al deportista. ¿Albania interior? Tú mismo/a.

Turismo asociado al deporte lo ha habido siempre. En muchas familias se convive montando el coche con la bicicleta de carreras en el portador o la baca. Se organizan tours por una ciudad que incluyen la visita a Madrid y Liverpool con la parada obligada a los estadios y museos del Bernabéu o Anfield Road.

Existen los aficionados a pasear por la montaña y las vacaciones siempre orientadas a Picos de Europa, Pirineos o Alpes. La eterna aspiración al apartamento de la playa y a los chiringuitos que se quedan en ganas porque el montañero engancha la vieja Volkswagen en dirección a las cumbres y sus campings.

Pues ahora la pasión llega desde el mundo runner. Escoger un hotel en un entorno favorable a salir a correr. Viajar -en casos extremos- donde se conozca a otros corredores o donde existan consolidados grupos de runners.

Se conspira en la red, a espaldas de las parejas. Se va quedando y organizando un veraneo cerca de animosos amigos de Instagram o enfocados a disfrutar de esas rutas que cada día pueblan Wikiloc o Strava.

Eso sí. Tienen (tenemos) una excusa bestial. El material deportivo de un corredor cabe en cualquier esquinazo muerto del maletero. Un par de zapatillas y dos pantalones y esas camisetas de fibra artificial, ¿a quién podrían molestar?

Un tercer y peligroso pilar viene por el vicio que lleva cada uno por dentro. Si tu pareja ha colocado alguna gran carrera en el calendario, ten seguro que deberás eliminar semanas anteriores y -si es dura y castigadora- posteriores del esquema vacacional.

Si estás intentando llamar a ese amigo que sabes que está también en el pueblo o la playa para unos centollos o unos cubatas, procura que tu runner casero no tenga que acostarse pronto o guardar estricto programa de carga de hidratos, dieta o cosas peores.

Dicen que las vacaciones son el periodo en el que se fraguan más separaciones y divorcios. Demasiado tiempo juntos, demasiados conflictos de ideas. Sí, todo este post suena muy exagerado y tremendo. Todo es exagerado hasta que deja de serlo o lo encuentras en tu pareja. Quizá podrías aprovechar para llamar a ese abogado...