Entre lo saludable y lo patológico no hay fronteras. Nadie pintó nada. El que comenzó a correr pudo hacerlo por imitación, desesperación, convicción o error. El principio pudo ser bueno, noble, o inocente, relajado o festivo. Empero, algo se torció.

Túmbate en este diván y veamos si pertenece a alguno de los casos. Relájate, que ya habrá corrido desbocado esta mañana.

El síndrome Narciso: ¿Corres para hacerte un selfie en la meta? ¿No te das cuenta de que ya tienes bastantes fotos en la carpeta de imágenes/running/yosolo? Todos tenemos la curiosidad de ver cómo salimos. Comprobamos diez veces si podríamos salir con los dos pies en el aire. La ropa nos queda así, el gesto está asá. Eres lo que te dio la naturaleza y lo que ha podido modelar con los años. Acepta que podrías no posar como Bekele.

El complejo de Edipo: Este me lo contó un atormentado periodista. “Corro así para agradar a mi entrenador”. Hay una diferencia entre hacer caso a tu entrenador cuando te enseña técnica de carrera, y ahogarte por mantener los 87º de inclinación del tronco y la pisada de antepie. Tu entrenador no es tu padre. Bueno, podría serlo. Pero es bueno que corras. Más o menos bien. Pero sé tú mismo.

El síndrome Koji Kabuto: De los más recientes en la literatura vintage. El ‘runner’ piensa que su cuerpo es Mazinger-Z. ¿Te has sentido alguna vez pensando “Si no soy capaz de arrancar esta maldita máquina…”? Pues el hijo del Doctor Kabuto pilotaba robots sin edad ni carné. Además era un personaje de ficción. Pero sí es cierto que cada día hay más jóvenes emperrados en que, sí o sí, han de tumbar barrera tras barrera. No es el running sino el reto. No es el reto sino la gloria. No es la gloria sino la épica. ¡Relájate!

El síndrome de Diógenes: Corro para coleccionar carreras, para que mis crónicas sean inigualables, para que la pared de mi habitación tenga el mosaico romano de dorsales más bizarro y colorista, para contar maratones o para mostrar mis arañazos y heridas y mi moreno de albañil. Sepa una cosa, joven. No conozco ninguna película donde se hablase del síndrome de acumular trastos con -siquiera- cariño.

¿Has visto La Comunidad, de Alex de la Iglesia? pues hay un trecho entre correr por lugares variados y vivir conociendo gente nueva, y vivir pensando en que ‘te faltan’ todavía 3 ‘majors’, 2 chalecos de finisher o una gama de trofeos como matrioskas.

El Sastrecillo Valiente: Conozco a más de uno que están metido en lo del correr para que le quepan las camisas. Pero esto no va de tallas y sastres sino del famoso ‘Siete de un golpe’. El runner que no corre sino que sale a morder. Colecciona presas. Ese amigo del grupo de los domingos que rompe al galope a los seis minutos y te abandona porque ha visto una presa. Son buena gente en general. Cuando termina de circular la adrenalina, estiran sonriendo contigo y sorprenden por su amabilidad. ¿Hay terapia para el ‘sastrecillo valiente’? Sí. Preséntale a otro más rápido. Esto es así de cruel.

Síndrome del nido: Salgo a correr porque, si me quedo en casa, colocaré seis veces las zapatillas en los armarios y pondré ocho lavadoras con las prendas técnicas y chubasqueros varios. En los corredores se manifiesta en las semanas y días previos a una gran prueba. Colocará varias veces la ropa de la competición. Reservará el sitio que sea para tirar la mochila, los geles, el dorsal, los imperdibles.

Prepara con antelación varias hojas excel con los entrenamientos, el plan de viaje y los documentos de viaje. Si, por desventura, se ha lesionado en esa preparación y ha de guardar reposo antes de la carrera, el grado de nervios lo matará. Será mejor que no aparezcas por su casa esos días.

Síndrome de Estocolmo: comprendes a tu pareja cuando te dice que pareces idiota con esas mallas y el chubasquero verde fluorescente. En el mundo del correr, afecta a propios y extraños. Entiendes al organizador que monta un recorrido horrible y unos servicios execrables.

Entiendes al que recorta en las carreras, al que te ha dejado sin isotónico en los avituallamientos, y al que vocifera desde su coche porque le cortas el tráfico. Sé más crítico y no entiendas a tanto enemigo de tu ocio. Consigue un consenso con tu pareja y, con los demás, selecciona una batería de razonados argumentos.

Síndrome del Emperador: Muy en boga y curiosa patología. El sujeto reta tiraniza y se salta los rangos ante todo aquel que ve, viviendo una suerte de tiranía Shogun. Sí. Probablemente conozcas al runner que reta a su app, reta su entrenador, reta al guía de su grupo en carrera. Reta a su entorno porque lo primero es su entrenamiento. La psicología clínica no nos dice si el síndrome del Emperador viene de haber sido demasiado educado con el corredor y consentido cuando dijo la primera vez “Voy a correr veinte minutos”. ¿Remedios? Ay, Remedios.

Erotomanía: ¿Existe la erotomanía entre los corredores? La década que vivimos está llena de gentes en ropa deportiva mirándose a los espejos. ¿No has visto un corredor que mira en su reflejo al paso por las ventanillas de un coche o escaparate? En puridad, que la persona afectada mantiene una creencia ilusoria de que otra persona está secretamente enamorada de ella.

Pues en el running hay una doble insatisfacción; corremos para mejorar físicamente, mientras constantemente nos comparamos con otros que corren/están mejor. ¿Nos gustamos? Pues resulta que sí. No puede haber otra explicación a que luego entramos al supermercado a comprar en mallas que resaltan nuestra figura (sudada). Eso, y que alguien de algún sexo nos mirará y nuestras feromonas se dispararán.

Licantropía clínica: Un corredor que se siente como Tom Jones, el león de Gales. La licantropía, más o menos, te hace creer que eres o puedes transformarte en un animal. Ese animal que entrena lo que le mandan y lo que él suma. Ese animal que responde a una cuesta y a otra, a un cambio de ritmo y a otro. A un animal no le salen tendinopatías.

Un animal no aflojará el ritmo ante un flato o unos vómitos. Un animal colgará su foto y aplicará un filtro de Instagram que recalque las arrugas del rostro, la barba de tres días. La sal de tu sudor. Un animal no entiende el sarcasmo y esto, probablemente, lo hace peligroso.