Ruta #1: El paraíso se llama Triacastela

Antaño se viajaba despacio y lleno de calamidades. Hoy día cualquier empresa de transporte te podrá llevar al inicio de la ruta. Es la entrada a Galicia y para un runner es el comienzo del paraíso: O Cebreiro.

Solamente tendrás que seguir las flechas amarillas para ir perdiendo paulatinamente altura. Desde los casi 1300 metros de altitud, un camino entre árboles te baja a los collados de San Roque y del Poio.

Puerto de O Cebreiro

Correrás guiado, quizá, por el magnetismo que mandó a millones de personas siempre hacia el poniente. Buscando la tumba de su apóstol, siguiendo las estrellas o preguntándose si era cierto que se podía alcanzar el finis terrae.

Las sendas no implican dificultad. Podrás parar en muchos puntos donde repostar. Para en los balcones naturales que se forman en los amplios valles del alto Lugo. Detente un momento y coge un poco de hierba, restregar ese fragmento de vida por tus manos te transportará a otras épocas. Son las delicias de hacer turismo a pie.

De O Cebreiro a Triacastela hay veinte kilómetros y no menos de cinco opciones para beber o picar algo. Lleva una pequeña mochila con dinero suelto, un cortaviento, y zapatillas que te protejan ante algunas piedras sueltas y barro y regalos que van dejando las vacas.

Vacas

Los últimos kilómetros hacia la localidad del valle te bajan hasta los 660 metros, con lo que deberás tomar con calma el largo descenso final. Los cuádriceps te recordarán que se viaja mucho más rápido corriendo que caminando, pero se cobran su peaje.

Una opción que recomiendo. Escoge, al final del pueblo, el desvío del Camino de Santiago por San Xil. Ir y volver. Trota quince minutos ascendiendo por la carreterita que remonta el siguiente valle y resiste la tentación de seguir como Forrest Gump.

En apenas dos kilómetros alcanzas un bosquecillo y una localidad fantástica. Puedes volver soltando las piernas a Triacastela pensando en qué bien te va a sentar un menú de peregrino. El total ronda los veinticinco kilómetros.

 

Ruta #2: El Miño y Portomarín

Si has optado por acercarte al viejo puente que cruzaba el Miño, estás perdido. El río está embalsado desde 1962 y hoy sepulta las viejas casas y calles de Portomarín. Pero aquel viejo paso franco del Camino sigue vigente.

Hoy es un gigantesco puente el que hará de calentamiento, salvo que quieras salir corriendo desde la reconstruida plaza y bajes las escaleras o cuestas hasta el mismo. La vida en Portomarín no se detiene nunca. Incluso entre neblinas o lluvias, el paisaje es fantástico.

puente de Portomarín

Te recomiendo cruzar el Miño y seguir en dirección contraria el Camino durante unos cinco kilómetros. Sal del puente, gira a tu izquierda y sigue un par de curvones el arcén de la carretera, preparado para los peregrinos. Cruza tras dos horquillas y encara una rampa asfaltada de gran pendiente.

Irás ascendiendo por las escarpadas laderas de esa ribeira. Primero entre eucaliptos y luego a valle abierto, en este orden, llegarás (siempre con todos los caminantes de cara) a Vilachá que, si viene de ‘villa llana’ es mentira (pregunta a tus piernas), A Parrocha, y Moutrás. Esto llevarás algo más de 5 kilómetros. Buen sitio para echar la paradita, por ejemplo en la terraza del Mercadoiro.

La iglesia-fortaleza de Portomarín

Rozas y Ferreiro amplían el kilometraje siempre por praderas, caminos entre vallados de piedra, arbolado y paisajes mágicos. En el momento en que te canses, todo se reduce a girar y, ahora sí, formar parte de esas imágenes que todo peregrino se lleva en su retina.

El regreso es siempre favorable salvo el bosquecillo de Rozas, un tramo más solitario y al que llegas a fundirte con el rugoso asfalto.

Vuelve pensando en la subida a la nueva situación de Portomarín y en las buenas raciones de empanada o caldo gallego de cualquiera de los sitios de la plaza.

 

Ruta #3: Cambados, Rías Baixas

Nos volveríamos mico si quisiéramos escoger solamente un tramo de toda la costa gallega para correr. En la pontevedresa Cambados estás a pie de Atlántico y podrás combinar trote marino, grandes placeres al terminar (restaurantes, meter los pies en el agua, patrimonio histórico). Vamos con el lío.

Yo saldría del mismo centro de la ciudad, pero hay un montecillo al final de la Rúa Pastora donde se puede subir a contemplar el paisaje de las Rías Baixas. Está la capela da Pastora y un mirador rocoso.

Pazo de Fefiñans

Arranquemos a trotar hacia el mar. Por la Rúa Pastora entramos al Pazo de Ulloa, pivote de una de las tres villas que compusieron en el pasado Cambados. Al cruce con San Francisco yo tiraría a la derecha. Cruzando se convierte en la Rúa Real y lleva al conjunto de Fefiñáns, con la plaza y pazo que dan una idea de lo que se debió manejar aquí en su día. Sigue hasta la Avda. Coruña y gira a la izquierda hasta salir al mar. Un carril bici nos cobijará del siempre complejo tráfico gallego. A la izquierda de nuevo, dirección sur.

Huele, respira, mira el Atlántico. Enfrente están los protectores del lugar, las islas de Arosa y La Toja. La ‘ribeira’ nos dejará correr con ese permiso dado a los marineros. Nosotros hacemos uso de él y nos quedamos en tierra para seguir por Santo Tomé, la playa, siempre dejando el mar a nuestra mano derecha.

En el espigón nos metemos bordeando el barrio pescador y vamos y volvemos por el puente hasta el islote mágico que nos adentra al mar, al pie de la torre de San Sadurniño, resto de una vieja fortaleza de la época medieval.

Santa Mariña Dozo

Regresa para seguir la ronda marinera hasta el final de la villa. El regreso a la Alameda de Santo Tomé, hazlo callejeando por esquinazos mínimos y auténticos. Recomiendo regresar por Hospital o Albariño. Ahí están dos templos de los muchos buenos sitios de la nueva comida gallega, Pandemonium y Yayo Daporta, entre los cuales deberás elegir tú. No te vamos a dar todo hecho.

En cualquiera de las plazuelas del centro podrás tirar de nuevo a Pastora y ver las ruinas de Santa Mariña Dozo, un regalo románico en el que podrás detenerte a estirar y preguntarte por el sentido de la vida.