Tres muertos y doscientos sesenta heridos entre los participantes y público asistente fueron las bajas causadas por la miserable explosión de dos artefactos. Los acusados de perpetrar la masacre se habían infiltrado sin problema alguno en la zona de meta en Boylson Street, Boston. Eran casi las tres de la tarde, hora atlántica, y se celebraba una edición de la centenaria carrera estadounidense.

En meta estaban entrando los corredores que rondarían las cuatro horas. En cuestiones de seguridad, es una prueba de una simbología cargada, que se celebra el Día de los Patriotas de Estados Unidos, y una participación masiva, con más de treinta mil corredores, se veía atacada por el fanatismo religioso y las consideraciones de la geopolítica del nuevo siglo.

Han pasado tres años. Los ecos de la solidaridad con Boston son cada vez más lejanos. Por fortuna, un cierto clima de normalidad se impuso desde la edición inmediatamente posterior a los atentados.

Tras la carga emocional que empleó la ciudad de Massachussets en acoger a corredores que no pudieron completar la prueba el día del ataque, el mundo del corredor ha dejado las tareas de seguridad y solidaridad a los especialistas de los ramos respectivos.

La seguridad

Kurt Schwartz, el director de la Agencia de Gestión de Emergencias del estado de Massachusetts, comentó que se pondrían en funcionamiento, tal como hemos podido ver en los márgenes de la carrera, unos cinco mil agentes de la policía local y federal.

Si habitualmente se puede ver a soldados y marines recorriendo la prueba, este año no se ha escatimado seguridad. Los participantes poco han visto de los oficiales y el búnker montado para coordinar toda esa seguridad desde Framingham.

Aun así, igual que los pasados dos años, todo aquel que lleve una mochila o cualquier bolsa grande será requerido a mostrar qué lleva dentro. Los tiempos evolucionan y hasta los drones han sido prohibidos a lo largo del área de la carrera.

Las indicaciones de la organización han sido estrictas, también para el corredor. Curiosamente, la sospecha de peligro potencial ha terminado salpicando a las víctimas de los atentados.

Cualquier equipaje que no haya traído el corredor en la bolsa transparente de la carrera queda sujeto a ser retenido. Incluso las mochilas de hidratación se han prohibido en carrera. Bien es verdad que los avituallamientos cada cinco kilómetros hacen necesario poco más que una riñonera ajustada a dimensiones que impidan el transporte de armas o de objetos peligrosos.

Estar dentro del pelotón de los 30.000 corredores no ha eximido a nadie de cumplir con, además, otros condicionantes. Prohibida la ropa y equipación que cubriera el rostro u otra de carácter amplio que puedan esconder armas bajo ella, así como chalecos con bolsillos, palos de selfie y un completo listado de objetos.

Estos controles se han aplicado también al público que estuviera presente en los márgenes del recorrido, incluso de viandantes que cruzasen por la zona.

¿Están la prensa y opinión pública estadounidenses muy receptivas?

Efectivamente, de nuevo, tras los ataques de París, Bruselas y, especialmente, la matanza de San Bernardino (California). Se ha demostrado que muchos de los potenciales terroristas, a pesar de tener barridas las redes sociales y los entornos conflictivos, no están “bajo sus radares”.

Corredores de todo el mundo acuden a uno de los grandes espectáculos del correr mundial. Mientras los clubes y particulares del pelotón intentan participar de manera festiva y en un entorno seguro, el feeling desde quienes han de velar por la seguridad es de alerta constante.

Como consecuencia, las autoridades federales mantienen los niveles de riesgo. El delegado del FBI para el área de Boston, Hank Shaw, aseguró antes de la prueba que “no se habían detectado objetivos específicos pero que la comunidad encargada de la inteligencia seguía en alerta tras los ataques” de este invierno.

Boston sigue siendo la vieja dama, donde o se acude consiguiendo una dura marca mínima por grupos de edad, o se viaja buscando el placer romántico a través de una agencia de viajes. Y han sido de nuevo cuarenta y dos kilómetros. Pero tan vigilados como nunca lo han sido antes.