“Le condeno a que no salga de casa mientras no planifique dos fines de semana al año como voluntario en el maratón o carrera de barrio que usted escoja. Esta sentencia será firme y deberá presentarse en este juzgado cada martes hasta que tenga en mi mesa sus propuestas”, atiza el juez carreril con una maza de madera sobre la mesa.
Sería un caso extremo. En contadas ocasiones nos vemos privados, por ganas, lesión, agenda o circunstancias (en este caso no serían eximentes) y no podemos correr una determinada prueba. O que no hay dorsal disponible. Y es el momento de dejar el pontificado y la palabrería. Y remangarse.
Hay mil millones de maneras de que combinemos nuestra afición a correr con cierta solidaridad con esos compañeros organizadores. ¿No se te ocurre más que fastidiarte un sábado entero dando agua en un avituallamiento? Espera. Tengo más.
Por delante de tu prueba hay decenas de tareas. Hay que meter en bolsas, gestionar permisos, contactar con más voluntarios, recibir posibles grupos de participantes extranjeros, hacer (por añadidura) de traductor o de guía por la ciudad y hasta ofrecerte como patrocinador.
Por detrás de esa carrera en la que participas hay que, en ocasiones, quitar los marcajes (si han quedado enganchados en el campo), elaborar notas de prensa, informe de satisfacción, recoger vallas o desplazarse a la prensa para comentar la jugada.
Pero tú eres un crack en lo tuyo.
También puede ser que tu concepto de ayudar sea de un profesional que tire atrás y apliques tus bárbaras tablas Excel a los programas de dorsales, revises el balizado minuciosamente o vuelques la ruta en un fichero compatible para GPS. O calcular al mililitro las cantidades exactas necesarias en cada avituallamiento. O ese programa de animación con charangas en la mitad de la prueba.
Bueno. Quizá no tienes mucho cuerpo para comprometerte a tope. También hay para ti.
Tareas que puedes hacer medio dormido o pensando en las musarañas. Labores muy básicas pero igual de importantes. O que digas que todo esto está muy bien pero será parte de tu tiempo libre. Y cedas lo justo. Que nos conocemos.
Siendo de este grupo de activistas-colchón, tu presencia, de todas maneras, será útil en entregas sencillas de material, dorsales, comprobación de tallas de camiseta-regalo, indicación en algún punto conflictivo o chófer.
¿Sabes cuántos conductores son necesarios en una prueba? ¿Has pensado en cómo han llegado esas cajas llenas de líquido a ese esquinazo de la civilización?
Antes de que un ‘zasca’ infortunado obligue a comerte algún comentario que hiciste después de esa prueba en la que no viste perfecta la labor de la organización, repasa este sencillo protocolo.
Qué falló - Qué habrías hecho tú si te hubieras visto en la situación de organizarlo - Qué prueba te queda cerca para ofrecer tus servicios.
Como ves, extraigo la posibilidad “Qué dirección de email o dónde está su Facebook para cantarles cuatro verdades”. Ahí podrías meterte en una brega que (a) añadiría más malestar y leña al debate posterior a la prueba y (b) no se traduciría en una colaboración práctica.
A estas alturas de artículo entenderemos todos una verdad básica del mundo runner: antes de apuntarte a esa carrera, has comprobado que las cosas se harán más o menos bien.
No seas de los rastrean la catástrofe organizativa de una carrera popular para luego acudir con el “ya os lo dije”. Podrías ganarte otra amonestación del tío del mazo. No el mazo del kilómetro 29. El tío del mazo estaría encarnado por la figura, aún sin erigir, del juez carreril.