Igual el lector puede pensar: “este tío está loco, con el calor que hace y sale a correr sin un pulsómetro que le indique si se está pasando de la raya” o “¡Qué aburrido, va a correr sin escuchar música!”.  Pues, estimado, lector, te equivocas.

Hoy en día, salir a correr se ha convertido en un escaparate de nuevos productos tecnológicos que te observan multitud de parámetros vitales de tu organismo con el fin, supuestamente, de que conozcas mejor tu rendimiento físico y puedas mejorar en los aspectos más flojos.

Esto hace que el salir a correr sea todo un protocolo de ponerse la sujeción para el móvil, los cascos (y que estos no se enreden), el propio móvil, activar el GPS, poner la música adecuada para cada día, y un largo etcétera.

Ocurre lo mismo con la ropa: mallas comprensoras, camisetas térmicsas, de cientos de colores y materiales distintos, calcetines que, incluso, te dicen cómo correr mejor, y así hasta el infinito. Si te pones a sumar, antes de salir a correr habrás invertido ya media hora larga para ponerte en marcha.

En mi aventura del otro día, decidí salir a correr así, a pelo, sin nada más que el kit básico: calcetines, zapatillas, pantalón corto y camiseta de algodón. Ni móviles, ni pulsómetros, ni GPS…

Reconozco que, al principio, me noté raro, como más liviano de lo normal. Al fin y al cabo esto era un experimento arriesgado que podría acabar con mi vida social, al no poder compartir los datos de la carrera con mis seguidores de Facebook, Twitter, Instagram, Nike+, Runtastic, etc.

Descubrí que, por la ruta que hice, se escucha el trinar de los pájaros y, aun a riesgo de parecer demasiado idílico, me fijé más en el entorno natural de lo que lo hago habitualmente con toda la parafernalia. El hecho de no llevar a un tipo rajando en el oído los kilómetros, la velocidad y el ritmo promedio que llevas, se agradece. Sí, ya sé que se puede desactivar aunque lo lleves pero ¿quién lo hace realmente?

Otro aspecto que noté al correr sin el ‘equipo tecnológico’ fue la rapidez con la que las ideas iban y venían de la mente. Una de ellas, escribir este artículo, pero hubo más. Otras veces, con la música atronando en la cabeza para mantener el ritmo, no dejaba escuchar al cerebro mientras este trabajaba en mil historias distintas.

Y, sobre todo, corrí tranquilo. Alejado de los ritmos impuestos por una u otra aplicación, sin el agobio de pensar en el “qué dirá la gente de Facebook” cuando vean el recorrido, el ritmo promedio, las calorías, la evolución mensual, etc.

Es evidente que cada uno es libre de elegir el método y el modo en el que quiere correr y que, en determinadas ocasiones, la tecnología nos es muy útil, pero no está de más, de vez en cuando, recordar nuestros orígenes, quiénes somos, cómo corríamos antes y, sobre todo, como disfrutábamos con lo que hacíamos de una manera pura, sin interferencias. Ahora, a correr.