Sería allí, días después, donde se celebrarían los fastos del recién nacido héroe nacional. El mundo, entretanto, nunca jamás olvidaría ese sonido sordo de las suaves y delicadas pisas del gran corredor de maratón.

Acariciando el asfalto romano con sus curtidas plantas de los pies batió el récord de maratón, logrando 2 horas 15 minutos 16 segundos, y por tanto también el olímpico. Fue mágico que aquel miembro de la guardia real etíope, que sólo llevaba corriendo en serio cuatro años, siguiendo los planes de su entrenador Onni Niskanen, y que había acudido a los Juegos por la lesión de Wami Biratu, se alzase con el oro.

Qué cosas. Apunto estuvo Adidas, patrocinador de los juegos olímpicos, de conseguir que corriese calzado. Pero los pies de Bikila, de naturaleza libre, no terminaron de adaptarse a las finas zapatillas, modelo a todas luces minimalista y sin drop como el del resto de competidores por aquel entonces.

Con la referencia de los juegos siguientes, en Tokio, sabemos que la leyenda etíope hubiera ganado igual. Pero la imagen y el mito hubieran sido diferentes. O incluso, de menor calado. En cualquier crónica de la época, se hace hincapié a su descalcismo así como en las biografías posteriores. El vencedor descalzo, el rey descalzo, el guerrero descalzo.

Zapatillas sin amortiguación

Cuatro años después el héroe volvió por sus fueros en un más difícil todavía. El haber pasado unas semanas en la cárcel, acusado de haber participado en la preparación de un levantamiento militar y la operación de apendicitis a la que se sometió un mes antes de los Juegos de Tokio, no le impidieron volver a ganar el oro olímpico con un nuevo récord: 2 horas 12 minutos 11 segundos.

Bikila en los Juegos Olímpicos de Tokio

Ese fue el tiempo que Bikila compitió calzado en su vida, hecho, curiosamente, que se destaca ahora alegremente en un intento de señalar a las zapatillas como responsable de esos minutos que se recortó a sí mismo.

Así se escribe la historia… Lo cierto es que hizo todo el entrenamiento descalzo y que sólo la influencia económica de la marca de zapatillas cuyo logo es un puma de alguna forma mancilló esa imagen del corredor primigenio, único.

A pesar de volar alto, el mal de altura y una lesión le doblegaron en su asalto al oro olímpico de México, en el 68.

Sería ese el mejor de sus infortunios, pues un año después, un accidente de tráfico le dejaría en silla de ruedas, el cual achacó a los designios del señor.

Así, siguió haciendo deporte como atleta paralímpico. Como lanzador de arco dicen que era de los buenos.

A los pocos años, en 1971, murió debido a un derrame cerebral. Descalzo nació, descalzo vivió, corrió y triunfó. Y descalzo se marchó.