Correr una maratón es una decisión importante. Durante el último lustro, los adeptos a esta prueba han crecido exponencialmente, hasta el punto de que son muchos los que eligen el maratón para perder su virginidad como corredores populares. Ni 10 kilómetros ni una media maratón. Su bautizo runner lo hacen por todo lo alto, con la distancia de Filípides.

La que debería ser una decisión muy meditada tras cientos o incluso miles de kilómetros en las piernas, se convierte en muchas ocasiones en una decisión impulsiva, lo que nos puede llevar a cometer muchos errores.

Yo corrí mi primera -y de momento última- maratón el 30 de marzo de 2014. Fue en Palma de Mallorca donde se celebraba la primera edición solo para mujeres de Europa. Cuatro meses antes de que se celebrara la prueba, ni se me había pasado por la cabeza -ni una sola vez- correr 42.195 metros. Y ése fue, precisamente, el primero de los múltiples errores que cometí en la elección de mi primer maratón.

1.- Realmente no quería correrla. No había sentido la llamada. Los organizadores de la prueba me eligieron junto a otras tres mujeres para promocionar a través de redes sociales el evento. Además de los 42.192 metros, la prueba incluía también una carrera de 10 kilómetros, la distancia que realmente tenía intención de correr.

Sin embargo, ¿cómo podía recomendar a cientos de mujeres que la corrieran la maratón si yo no iba a hacerlo? Qué menos que predicar con el ejemplo. Así que un día me levanté y decidí que lo haría.

2.- Falta de motivación. No hay que correr una maratón para demostrar nada a nadie, ni porque se supone que hay que hacerlo, sino porque realmente quieres hacerlo. Cuando cunde el desánimo es mucho más fácil motivarse cuando se lucha por un sueño. Y no fue mi caso. Simplemente me propuse un reto y fui a por él con mucho trabajo, esfuerzo y constancia, pero con poca ilusión.

3.- No vale cualquier maratón. De haber querido realmente correr una prueba de estas características, ¿habría elegido precisamente ésa? Los corredores populares tendemos a elegir carreras que nos gustan por el lugar en el que se celebran -la ciudad en la que nacimos, nuestra ciudad favorita...-, por su historia, por el ambiente que hay por las calles, por su organización... En mi caso, y teniendo en cuenta el miedo que me da volar, con toda probabilidad habría elegido una ciudad a la que poder llegar en coche o en tren.

Si decidimos correr fuera, debemos llegar con tiempo suficiente para poder descansar antes de la carrera. Si no nos gusta volar -como fue mi caso- y sabemos que ni dormiremos la noche previa a volar ni durante el viaje en el avión, conviene llegar con varios días de antelación para recuperarnos del cansancio. Si queremos aprovechar el viaje para hacer turismo, mejor esperar al día después de la carrera. Si podemos andar, claro está.

4.- No solo hay que tener tiempo para entrenar la maratón, también para descansar. Como en la preparación de cualquier otra carrera, el descanso es tan importante como los entrenamientos. Nos ayuda a asimilar el trabajo realizado. Mi situación familiar no era la más adecuada para llevar a cabo una buena preparación. El trabajo y dos hijos pequeños absorbían el escaso tiempo libre del que disponía, con lo que apenas contaba con tiempo para el tan deseado descanso.

5.- Es fundamental no arrastrar lesiones. Preparar y correr una maratón supone un importante esfuerzo físico. Si estamos 'tocados', es más que probable que las molestias y dolores se agraven y las consecuencias, a la larga, sean nefastas.

Cada año se celebran cientos de maratones por todo el mundo. ¿Por qué no resolvemos primero nuestra lesión y después pensamos en correr una maratón? Yo corrí con molestias en la rodilla derecha que no llegaron a desaparecer ni durante los entrenamientos ni en la carrera.

Afortunadamente, las manos de una buena fisio consiguieron que el mal no fuera a mayores.

A pesar de todos estos errores, ese 30 de marzo de hace casi dos años, crucé la línea de meta de mi primera maratón. Todo salió según lo previsto y me sentí feliz por el reto conseguido. Pero sigo sin sentir la llamada.