Si mañana los muertos salieran de sus tumbas y un virus se extendiera, convirtiendo a nuestros vecinos en monstruos hambrientos de carne fresca. O si fuéramos parte de un grupo de supervivientes después de una guerra nuclear, o una epidemia incurable ¿las probabilidades de sobrevivir aumentan con nuestro entrenamiento?

Y la pregunta no es sólo por especular: la tendencia en carreras y entrenamientos es ponerse a prueba en situaciones cada vez más extremas con material más sencillo o “minimalista”, o comiendo sólo lo que produce la naturaleza, en plan paleolítico.

Es de suponer que uno está preparado para comer lo que caza y recolecta. Añadamos a eso correr bebiendo cada vez menos agua, por desiertos o montañas en caminos poco desbrozados. Y calzado y ropa minimalista. Bear Grylls estaría en su salsa. La tendencia amenaza a dejar sin público a las escuelas de supervivencia.

Como quiera que la publicidad de las pruebas está llena de referencias a que sólo los más aptos “sobreviven”, y que el membrete de “entrenamiento militar”, que recuerda a los cuerpos de élite preparados para dar lo mejor de sí mismos en las situaciones más hostiles, es un elemento que ayuda a vender cualquier método de entrenamiento, puede que muchos estemos perdiendo el tiempo en un deporte que no nos convierte en acompañantes de insectos y peces abisales después del desastre que provocará el fin de los días.  Más vale preparar la fuerza-resistencia y la agilidad que saber utilizar un material del que no dispondremos.

Malas noticias para los culturistas y amantes del gimnasio: puede que se sientan los más fuertes y adaptados a la jungla urbana, pero en un escenario de escasez no tendrían mucho futuro. Son grandes candidatos a la deshidratación y morir de hambre, y llevarían francamente mal recorrer largas distancias.

Mucho mejor los practicantes de deportes de contacto, sobre todo boxeadores. No sólo lo tendrían mejor que nadie en los encontronazos por los recursos, sino que tienen un buen compromiso de fuerza y resistencia.

Por dureza, no hay deporte que se le compare, aunque no parece que pudiera aguantar mucho en forma. Mad Max no deja de ser un personaje de fantasía.

Crossfiteros y paleotrainers se preparan exactamente como si mañana todas las comodidades fueran a acabar. Son entrenamientos perfectos para militares (la mayoría de los WOD tienen ahí su origen).

Aun así, las ocasiones en que hay que levantar troncos por encima de la cabeza, hacer repeticiones de peso muerto con peso submáximo o subir cuerdas a pulso no parecen las dominantes en un escenario apocalíptico.

Y además, tienden a estar lesionados la mayor parte del tiempo, pese a lo funcional y adaptado a la evolución de estas formas de entrenamiento, según ellos mismos. De lo de comer como un paleo hombre, mejor ni hablar: buena suerte con la caza.

Así que llegamos a los corredores, nadadores, alpinistas y escaladores: especialistas en moverse  a sí mismos por tierra llana, montaña, paredes rocosas o agua con el mínimo equipamiento, o sin equipamiento de ningún tipo.

Todo son ventajas para el atleta que domine estas disciplinas a la hora de huir de los desastres. Menos probabilidades de morir devorados o en una pelea.

Eso sí: si no están entrenando un poco de fuerza, acarrear con uno lo que se recolecte o la caza no parece muy factible. Y en algún momento hay que parar de correr o escapar por acantilados.

En realidad, en una situación hipotética del final del mundo como lo conocemos, los deportistas, por más que pensemos lo contrario y nos entreguemos a renuncias espartanas en la dieta y esfuerzos fuera de lo normal, estaríamos muy poco más adaptados que una persona normal y sana, y sólo tendrían más probabilidades quienes hayan previsto un riesgo en particular (como un refugio nuclear).

A no ser que lo que ocurra sea un apocalipsis zombie. Entonces sí: según modelos matemáticos de cómo se propagaría esta plaga, la mejor opción para sobrevivir es correr a las montañas, rápido y por lugares escarpados.