Imagina que concentras todos sus esfuerzos en encontrar un reto increíble, una proeza al alcance de muy pocos. Piensa que, después de haberte currado toda la preparación, de haberte adaptado a las circunstancias, consigues entrar en la historia siendo el más rápido en subir y bajar de uno de los picos más altos del mundo. Kilian Jornet tuvo el honor de hacerlo en 2014, pero como a cualquier hijo de vecino, su proeza le duró poco. Sí, hay un superhombre por encima de él.

Al menos en lo que al “speed climbing” se refiere. La marca estratosférica del catalán -12 horas y 49 minutos en completar un ascenso y descenso al monte Aconcagua- duró poco más de dos meses; lo que tardó Karl Egloff en plantarse a los pies de la gran montaña argentina.

No sólo le quitó el récord, sino que lo hizo de manera contundente: 11 horas y 52 minutos, casi una hora menos. Conociendo a Jornet, es lógico que al romper su registro le felicitara como lo hizo vía Twitter; del mismo modo, conociendo a Jornet entendemos que volverá a intentarlo en algún momento.

Egloff no es un novato en la disciplina del “speed climbing”, pero su ascenso a la élite de este mundillo ha sido similar a esos que consigue cada año. Se estrenó en el mundillo en 2012 por pura casualidad: como en esos castings en los que encuentran al protagonista ideal acompañando a un amigo, consiguió batir un récord en el volcán Cotopaxi cuando actuaba como apoyo de un amigo. Se enganchó a esto, y ya en 2014 le arrebató la marca del Kilimanjaro a Kilian Jornet.

No fue fácil robarle estas marcas a un monstruo como Kilian, alguien que “le ha abierto muchas puertas”, tal y como comenta Egloff. Si el catalán es uno de los mejores atletas de montaña en las bajadas, él tenía que batirle en las subidas: llegó a la cima del Aconcagua en 7 horas y 55 minutos y tuvo que apretar a tope.

Si todavía no estás sorprendido de lo conseguido, te dejo otro dato: dos días antes de su cita con la historia, subió con seis turistas a la cima, acompañándoles en su papel de guía de altura. Junto a él, subía su novia, a la que le propuso matrimonio a casi 7000 metros de altura. Obviamente, dijo que sí.

Su trabajo le viene de familia: su padre, un tipo “más suizo que el queso” según cuenta, se cansó de recorrer el mundo buscando aventuras. Al final acabó en Ecuador, enamorado de una mujer que le daría un niño que estaba loco por ascender a alguno de los 14 “ochomiles”.

Como suele pasar, esa frase de padre (“no hagas lo mismo que yo”) sirvió de poco: después de haber probado suerte como futbolista tanto en Suiza con en su país de origen, acabó dedicándose a lo mismo.

El “skyrunning”, la disciplina donde Kilian Jornet ha dominado desde su irrupción, no es habitual en el Cono Sur. Tras su proeza en Cotopaxi, sus jefes le hablaron de estos récords: antes de su hazaña en el Kilimanjaro no sabía quién era el catalán.

Tuvo constancia del récord, como muchos, tras leer “Correr o Morir”. Fue entonces cuando se planteó estos intentos que, de momento, le han colocado en el mapa.

¿Qué le espera a Egloff tras entrar en la historia? Tarde o temprano volverá al Aconcagua para batir otro récord: el de ascensión más rápida todavía sigue en manos del asturiano Jorge Egocheaga, que lo hizo tres minutos más rápido que el protagonista de nuestra historia.

Cuando le preguntaron por esto en su última visita a España, se desmarcó con algo que puede sonar a fanfarronada: “Eran tres minutos menos y lo podíamos haber roto, pero no nos interesaba”.