La decana entre las maratones a nivel mundial tiene miles de historias. Relatos de sufrimiento, de lucha contra las adversidades; historias de dolor y superación, de las que no podremos olvidarnos jamás, o días de gloria, de marcas estratosféricas y corredores para el recuerdo. Pero en esa historia,  la maratón de Boston también tiene sus páginas oscuras.

Nos situamos en la línea de salida de la maratón de 1980. No había ninguna duda con respecto a los resultados: Bill Rodgers iba a llevarse el título por tercer año consecutivo, por lo que el título masculino estaba más que resuelto. Sin embargo, nadie se esperaba  que aquel lunes de abril se fuera a batir un récord del mundo. Fue en categoría femenina, fue una auténtica desconocida y fue, hablando en plata, una estafa.

Cuenta la leyenda (sabiendo que la fuente es la propia autora de los hechos) que Rosie Ruiz bajó de tres horas en la maratón de Nueva York. Todo un logro para la corredora de origen cubano, una aficionada que se inscribió a la carrera de la Gran Manzana previendo acabar la prueba en poco más de cuatro horas.

Muchos fueron los que se vieron sorprendidos por la marca estratosférica de Rosie: su jefe, que vio el filón, subió inmediatamente la apuesta. Con mínima para jugársela con las grandes (por tiempos, se le asignó el dorsal W50), se ofreció él mismo para pagarle la inscripción en la Maratón de Boston.

Así llegaba a Hopkinton, aunque nadie recuerda si realmente estuvo allí. Ningún fotógrafo tiene un retrato suyo durante la carrera ni las cámaras de la televisión captaron sus pasos por los diferentes puntos kilométricos. Sin embargo, la llegada de Ruiz a la zona de meta hizo saltar todas las alarmas: llegaba con un ritmo tranquilo, con paso firme y caricontenta, consiguiendo al cruzar la meta un tiempo de 2:31:56. No podía ser: era la mejor marca de una mujer en Boston y, para mayor inri, la tercera mejor marca de la historia hasta esa fecha.

En primer momento, no había tiempo para dudar: Rosie fue recibida con aplausos y laureles por parte de la organización. La pusieron al lado de Bill Rodgers, que había acabado en 2:12:11 y la situación no podía ser más extraña. Mientras el ganador todavía se estaba recuperando de una carrera durísima, Ruiz apenas presentaba signos de cansancio. Ni tan siquiera había sudado. Al preguntarle la prensa  por su marca, se sacó de la manga una frase lapidaria: “Me he levantado con mucha energía esta mañana”.

Algunos de los profesionales que habían llegado a meta empezaron a ver que había gato encerrado: el propio Rodgers le preguntó por sus tiempos en series, a lo que Ruiz le respondió que no sabía que eran las series. “Parece un ama de casa con dos hijos, no una maratoniana de clase mundial”, llegó a decir posteriormente.

Jacqueline Gareau, una de las favoritas para llevarse la prueba femenina, empezó a dudar cuando llegaba a meta: “un espectador me gritó ‘vamos, que eres segunda’ pero no le presté atención. Cuando vi a Rodgers y a una mujer con las coronas de laureles, me vine abajo”.

La respuesta a todo este misterio llegó desde los aficionados: dos jóvenes estudiantes recuerdan a una chica que, a dos kilómetros de la meta, empezó a apartar gente hasta llegar hasta el mismo asfalto.

Lo que ellos vieron como una desfachatez acabó por sorprenderles luego: “Pensamos que alguien la pararía. Cuando llegamos al campus y nos preguntaron si habíamos oído algo sobre la polémica del podio femenino, rogamos que no tuviera nada que ver con ella”.

La organización siguió tirando del hilo, llegando hasta Nueva York: una periodista recuerda haber hablado con Ruiz el día de su primera maratón. Concretamente en el metro, donde le dijo que se había lesionado: la acompañó hasta Central Park, donde la ayudó a llegar hasta la zona de meta. Recuerda que cojeaba levemente, pero en  un momento desapareció y acabó entrando en meta.

Una vez descubierto el pastel, toda la historia se derrumbó. Rosie fue desposeída de su título y descalificada de por vida para correr en Boston. Dos días más tarde, se cortó la Avenida Commonwealth para que Gareau pudiera cruzar la meta y hacer justicia a su victoria.

Años después, la canadiense se encontraba en Miami corriendo una prueba, cuando se cruzó con una cara conocida. Rosie Ruiz le dijo: “Yo corrí la maratón, de principio a fin. Lo hice, y volveré a hacerlo”.

La historia de Rosie se acabó ahí, pero sus consecuencias forman parte de tu día a día. Mira a tus pies: el chip que llevas en tu zapatilla evita que nadie recorte en las pruebas atléticas que hacemos cada fin de semana. Cosas como esa evitan que a alguien se le ocurra “hacer un Rosie”.