Contra la demografía no hay nada que hacer. Más de la mitad de los corredores de todos los niveles somos varones. La edad media del montón (huy, pelotón) de corredores está muy por encima de los veinticinco.

El sol arrea en vertical nos pongamos como nos pongamos. E incide directamente sobre la zona en la que empezamos a perder el pelo. Sí, bien. Los chavales que se rapan las sienes y levantan el flequillo dos palmos hacia arriba también dejan mucho cartón a la solana. Pero ellos tienen diecisiete y nosotros no.

Como somos animales de imitación y en el fondo nos gustan las películas de Vin Diesel y esos defensas leñeros de la Premier League nos llaman más que un buen arroz con cigalas, no tenemos bastante con ser calvos: aceleramos el proceso afeitándonos el cráneo.

Esto está muy bien porque ahorramos en champú, atemorizamos a las viejas de nuestro barrio cuando venimos sudados, rapados y llenos de barro. En definitiva, el varón rapado de tu calle es más ‘racing’ que un secundario de Prison Break.

Ahí mismo, bajo esa pelambrera que decidiste quitar por antigua, rala o canosa, está el tesoro. El regulador de la temperatura corporal no está muy lejos de tu pelota brillante.

La nuca acoge el hipotálamo que se encarga de la termoregulación. Te hace sudar más para refrigerar, te produce esos molestos dolores de la base del cráneo y esa pesadez en situaciones de bochorno. Por eso no es una zona con la que debamos jugar.

Pero llega el duro verano. España disfruta de tres meses y medio (contadlos) de duro y hosco sol mediterráneo y mesetario. Y leemos o, más bien, nuestro entorno lee sobre peligros de insolaciones, enfermedades de la piel, y nos lo dicen.

“Pero amor, cómprate una gorra

¿Un consejo de principiante? Deberíais ver las barbaridades que hace la gente con su cuerpo por sudar más o por adelgazar corriendo. Lo que ocurre es que, dependiendo del vicio que tengamos, nuestro aireado cerebro ya está varios pasos por delante: iremos a nuestra tienda de referencia a comprar la mejor gorra, con o sin faldón sahariano, a preguntar sobre las badanas y materiales más ligeros de nuestras marcas cañón. No vale con una gorra. Una gorra es de suegros que montan en bicicleta de montaña.

Coñas aparte, siendo la opción más lógica, la gorra o esa ligerita visera no convierte nuestra calva en un acorazado. Hay que seguir algunos consejos porque la insolación es excesiva y nos la estamos jugando.

Sal a correr en las horas de menor insolación. Este es un consejo que habrás leído dos mil veces. Aunque creas que a las siete de la mañana tu azotea no se recalienta, no es así.

Del mismo modo que vigilas si beber mejor o peor en este tiempo, moja con frecuencia tu gorra o mete las manos en una fuente. Refresca y humedece la prenda que lleves. Haz que tu circuito, aun siendo menos radical y cañero, pase por una fuente cada quince o veinte minutos.

Ya buscas un circuito sombreado, pero pega un repaso mental de todo tu entorno. Abre bien los ojos con ese pequeño repaso a las opciones que no contemplabas. Las más inesperadas. Quizá corriendo por algunas calles estrechas encuentres más sombra que de árbol en árbol por tu parque de referencia.

Algunas estructuras arquitectónicas son malvadas y desoladas pero generan corrientes de aire muy majas. Si no te quedan más narices que salir a trotar un rato a esas horas, o porque eres un adoquín y no hay quien te pare salvo una insolación, al menos busca ese parking medio abandonado de dos plantas. O el cerro donde corre algo de aire, aunque sea caliente. Siempre ayudará a bajar el recalentamiento.

Ante todo, no hagas el cafre.