Terminada la época de hibernación llegan los calores. Para una buena parte de la población española el verbo hibernar queda peligrosamente cerca de lo que hacen los osos en invierno. Y es que nuestros morenos y esculturales cuerpos, chicos, grandes o variables, tienen una cantidad importante de pelo. Lo llaman vello y no lo es… Hablamos de pelazo.
Nos vamos quitando capas y acudimos al cajón donde guardamos toda la ropa de correr durante el largo y pegajoso verano que nos espera. Tejidos calados, manga corta, tirante, la tela se reduce al mismo ritmo que suben las temperaturas. Debajo de la primera capa de camisetas largas y chalecos y cortavientos empiezan a asomar las prendas que quedaron en uso desde la conclusión del verano pasado. No ha habido una gran pérdida de forma con lo que nos sigue cabiendo todo. Alguna camiseta de regalo, la de competición del club, tirantes casi volátiles, tejidos que no pesan. Nos ponemos la de tirantes.
Miramos de refilón, para abajo. Algo no nos pinta bien. Y acudimos al espejo del baño para comprobar que no. Así no deberíamos salir por ahí. Pecho, brazos y quizá hombros tienen un aspecto más de estibador del puerto de Newark en 1930 que de atleta en 2016.
Mientras, ¿qué anuncian los catálogos de ropa deportiva?
Las marcas acortan los centímetros de tela. Eliminan las capas superpuestas y abren los poros en busca de transpiración. Por todos lados encontramos un mundo de plástico envuelto en tejidos casi transparentes. El verano y los maniquíes. Pero bueno. ¿Qué sabrán esos maniquíes de pelos como alambres o ensortijados? Nadie ha visto un maniquí al que el vello pectoral le atraviese los poros del tejido técnico, transpirable.
La ropa de correr en verano está orientada al fresquito. Esa idea que media Humanidad asocia a vivir tiritando mientras los velludos pasan calor. Todo por esa ‘capa extra’. Es una maravilla para correr en temporada de invierno pero los varones de la Europa Mediterránea lo llevan crudo.
Suena a coña pero el drama se acerca a una especie de castigo evolutivo. Me explico: el mundo de la estética y la moda exige a las mujeres tersura y que vayan perfectas. Los varones abren los ojos cuando la primavera elimina capas y capas. Como contrapartida las buenas temperaturas nos sacan las miserias.
Ha habido soluciones parciales que nos han acercado a ese fresquito continuo, a ese tacto de piel de rana. La imagen depilada nos acercó una temporada a varones metrosexuales, depilados de maravilla. En un sondeo informal hecho entre un número indeterminado de teóricos del running pelo en pecho, la sensación de impotencia fue grande. Todos eran unánimes en afirmar que muchas veces no hay tiempo para entrenar lo que se quisiera, cuanto más emplear un par de tardes en quitar todo ese vello.
Por comodidad, higiene o estética, la última década ha generalizado la voluntad de quitar esa capa de lana merina de nuestros cuerpos. Las ventas de cortadores de pelo han unificado tanto arreglar la pérdida de pelo en la cabeza como la invasión en brazos, espalda y abdomen
Mientras discurre el mes de marzo, lo cierto es que las inconveniencias se acumulan, suben las temperaturas y los muchachotes de los países mediterráneos corren sudados como pollos, preguntándose: ¿llegará algún día el momento del vello a tope? ¿Dónde guardará mi esposa la Epilady?