Son las frases que derrumban y hacen construir la luz. Los comentarios que se escuchan en el vestuario de un gimnasio, en la meta de una carrera. En definitiva, el resumen final de ese compendio de sensaciones resumidas en una especie de artículo de la declaración universal de los derechos del tipo de ciudad: ¡Cómo pude vivir tanto tiempo sin correr!

Advierto, este es un post incómodo. Si Emile Zola viviese y tuviera un amigo corredor, reescribiría su famoso "J’accuse" para perder definitivamente el ochenta por ciento de sus amigos en Twitter.

La razón es la siguiente: en nuestra existencia como corredores hemos llegado a quemar etapas, metiéndonos en un peligroso descenso a los infiernos. Un gradual desenfreno que podría mandarse al diván de nuestro terapeuta, donde muchos de nosotros nos desnudaríamos emocionalmente. Bueno, por otra parte no nos costaría mucho. Ya corremos medio desnudos la mitad del año.

Esto es la hostia

La fase de sorpresa. Grado I de la abducción. Es la confirmación de que sí, en efecto estamos enganchados. Ya no salimos a correr sino que le damos todos los efectos beneficiosos posibles, sin reparar en las posibles externalidades. Podríamos repasar todos los cambios de hábito y todas las locuras a las que nos apuntamos. Quedamos a entrenar con grupos que acabamos de conocer por internet sin saber si es seguro ir a las once de la noche a la puerta de ese polideportivo.

Los hábitos alimenticios se descuidan, salimos a correr en la pausa de mediodía de la oficina y tiramos la tarde con unas galletas, o la detección del uso irracional de las prendas de running. Modificamos nuestro vocabulario cotidiano. "Salir los martes con los amigos del gimnasio" muta en "meter nueve kilómetros de controlado". "Hacer limpieza en el trastero de casa" es "descanso activo". Y la rodilla no duele es condromalacia rotuliana.

En la fase de asimilación expansiva del hobby (o grado Ib) surgen las conocidas y legendarias anécdotas derivadas de 'esto'. Sin ir más lejos, muchos ya cuentan la de esas parejas que salen a tomar algo por la noche y, el más curtido y vicioso de los atletas, monta un pollo apareciendo con las inmaculadas zapatillas de maratón, gafas de sol como diadema y el chándal de gala que va a juego con su rapada cabeza. Cuando las parejas apremian al runner sobre la conveniencia de cambiarse de ropa so pena de no ser admitidos en algún bar de copas, hay dos grados en la escalada demencial de este hobby.

Uno. Cede a regañadientes porque recuerda todo lo que le costó ligar con quien hoy es su pareja. Dos, que nones. "Esto para mí es más cómodo. Ningún machaca de discoteca me dice que mis zapatillas de 170 euros son menos que sus zapatos". Es hora de hablar, entonces, del paso al grado II.

Técnica de carrera

No sé en qué demonios desperdicié mi juventud

Sí. En efecto. Nadie sabe en qué desperdició aquellos años de copas y de sedentarismo. Tampoco sabe nadie (volvamos a la bronca a la puerta del bar de copas) en qué empleó las neuronas en su juventud aquel que ahora lleva esa labor de apostolado a un eterno mantra. Potencialmente peligroso es cuando uno, como sujeto paciente, compañero de trabajo o vecino o familiar o, mismo, amistad, empieza a ser juzgado con el mismo rasero por el compañero corredor.

Dado que sospechamos que por ósmosis no será suficiente para convencer al no-corredor, asaltamos emocionalmente al sujeto atacándole a sus mejores años. Pero ¡cómo has podido estar desperdiciando tu juventud en los garitos más canallas! ¡Cada copa que tomaste es una losa! ¡Ah, si hubieras descubierto esto como yo, pero veinte años antes!

Oye ¡vete a la mierda! Me vas a provocar un choque anafiláctico y correré entre espasmos a la habitación de casa de mis padres, llorando e implorando una ceremonia de purificación y quemando mis viejos casettes y pósters de los Ramones. Déjame con mi nostalgia-botellón.

En el peor de los sentidos este corredor considera que ya no eres digno de su pronadora atención. Si eres un viejo amigo, mala pata. Podremos hacer nuevas amistades.

Cariño, lo nuestro no puede ser.

Eso es. Faltaba el calamitoso punto culminante. La pareja tampoco entiende al corredor. Hemos llegado a pedir la justificación de nuestro fracaso sentimental a través del efecto que ahora sí, y antes no, ha tenido esta excelente droga social y personal.

Se llenarían tomos con amargas declaraciones de este estilo: "No veas tú para organizarme con mi pareja y poder salir a entrenar". "Claro, es que él/ella no corre y no sabe lo que este plan para el maratón significa para mí".

Y el lapidario y definitivo: "he conocido a otra persona que sí me entiende. Será la pareja ideal. Podríamos entrenar juntos". Hace cinco años vivía en un mundo al que correr era ajeno, construía su futuro y su pareja era el compañero de viaje, pero llegó el mundo del correr. Ahora entiende por qué no funcionaba todo a la perfección.

Vivo rodeado de adultos que se comportan como adolescentes y rompen con su vida anterior tras descubrir el celestial running. Quizá les faltó disfrutar algo más como adolescentes, pero se resisten a tomar un hobby recién descubierto como tal. Como un juego de adolescentes.

Cuidado si detectas los síntomas en tu entorno cercano.

Vas avisado.