Seguro que a ti también te está pasando. Y es que sí: la eclosión de todo este fenómeno del correr nos ha traído pruebas colosales, materiales innovadores y la sensación de que todo el mundo forma parte de este fenómeno.

Esto, efectivamente, tiene un reverso oscuro: hay gente que no te cae bien y te la puedes cruzar corriendo. Ese vecino que no recoge las caquitas en el parque, esa compañera de clase que saca mejores notas… y ese jefe. La experiencia de tener un jefe runner debería venir recogida en la mayoría de manuales de prevención de riesgos.

Todo empieza el día que llega la noticia a las altas instancias. Un viaje a la máquina de agua en el momento menos oportuno hará que el rumor corra y recibas la llamada desde el despacho más grande.

Si ya ibas 'acojonado' pensando en informes, cierres y cargas de trabajo a tutiplén, saldrás con la sensación de que te has metido en una peor: entrenos, carreras y series a tutiplén que el pez gordo estaría encantado de compartir contigo. Eso será solo el principio.

No tardará en llegar una extraña convocatoria un fin de semana: un “encuentro deportivo abierto a toda la empresa, para congeniar y pasar un buen rato” al que todo el mundo está invitado.

No hay obligación de ir, pero claro, si es el jefe quien propone, más de uno se verá arrastrado hasta allí. Y a rastras es como acabará el personal, sometidos a los designios del jefe hasta en un día no laborable y lanzando miraditas al “responsable” de esta aventura. Que no te extrañe que, misteriosamente, desde Contabilidad extravíen los tickets que pasaste o que tu nómina tarde algo más de lo habitual.

Si de repente empiezas a oír hablar del “mallitas” o “el colorines”, que te quede claro: ese es tu nuevo mote. Más de uno empezará a comentar por detrás la buena relación que tienes con el capo, que viene mucho a hablar contigo.

Y es que ellos no entienden que tú no sabes ya como decirle que sabes que está muy entusiasmado por compartir su experiencia con otro “hermano runner”, pero que tu vas allí a ganarte un sueldo (que casualmente paga él).

Pero no pasa nada: la semana pasa volando y la próxima gran prueba está al caer.  Tenías pensado salir a disfrutar del recorrido pero, mientras das vueltas al parque antes de empezar, sientes que alguien te llama por tu apellido.

¿Que el jefe te propone salir juntos a buen ritmo? Pues tu dices que sí y ya está. No importa que él esté finísimo y lleve todo último modelo mientras que tú aguantas el mismo par desde hace unos meses esperando que los Reyes -o la extra- te den la sorpresa en Navidades.

Irás rodando a su ritmo, pero por dentro estarás muriendo: las mejores caras de póker las guardarás para ese momento en el que tu jefe te vaya llevando con el gancho, pero tú no aflojarás. Igual acabas haciendo marca gracias a su ritmo, pero no se lo digas: eso hará que se crezca y hala, nueva jornada de convivencia con mallas la semana siguiente.

A estas alturas, pensarás que lo tienes complicado con un jefe runner, de esos que afrontan cada carrera como si fuera un cierre de ejercicio, con todas las ganas del mundo.

Si crees que sufres, piensa en esos atletas finísimos que tiran de un jefe más lento: bajando prestaciones, presentándolo a sus amigos aún mas rápidos... y no se te ocurra pegarle el hachazo al final.

Por eso, si sientes que desde la planta de dirección llegan rumores de dorsales, geles y ritmos, tu disimula. Y si te preguntan, di que ahora mismo estás de recaída, que te duele el hueso de la risa o que te falla la cintilla de la trócola. Mejor poner tierra de por medio antes de que la cosa pase a mayores.