Correr hasta llegar a viejo. Ese debería ser el objetivo fundamental de toda esta marea de runners. En cierto modo lo es, aunque el entorno se empeña en que ese camino esté lleno de trabas y de obstáculos.

Obstáculos conceptuales, de ventas y de conservación del propio cuerpo.

‘Plantéate un reto’.

¿No es suficiente el reto de seguir corriendo sin obligación, sin dolores y sin preocuparse de nada? Pues no. Venga reto. Venga supera tus límites.

Estamos repitiendo errores similares a los que muchos corredores cometieron a lo largo de décadas. En los ochenta nadie estiraba más de tres posturitas apoyados en una valla. En los noventa leíamos la parte de la revista que trataba del plan de entrenamiento y dejábamos el tiempo restante para los ‘intangibles’ del saber correr. En los años de internet entrenamos, hacemos la foto, la tuiteamos, nos inscribimos a setenta pruebas y hacemos lista de espera para otras setenta.

¿Reto? A la vista del ritmo del personal, el reto va a ser terminar vivo el año.

Preguntad a un abuelo corredor. En los parques céntricos de las ciudades los veréis. Ya habrá tenido ocasión de reflexionar qué hizo mal y orgulloso lo insertará en alguna de sus batallitas.

Esa camiseta vieja.

La veterana te adelanta como una centella y lees en la espalda algún alusivo a ‘XVIII medio maratón Castañas Pilongas’. Y te ves fuera de tiempo, claro. Apenas te acuerdas de qué son las castañas pilongas. Pero no te das cuenta. Te fijas en lo poco que gasta en tejidos técnicos, gadgets, boosts y de que no lleva un palo para los selfies.

Quizá tengamos que preguntar cómo es posible que se pueda seguir corriendo sin que nos saquen los ojos con colecciones cada otoño-invierno y primavera-verano. No da tiempo material a gastar lo que compramos. Si esa señora corre desde la época de las castañas pilongas, ¿cuántos cajones llenos de camisetas técnicas tendrá? ¿Los dará a ONG? ¿Cuántas versiones de nikeplus habrá visto pasar por delante?

Correr, insistiré hasta que me aborrezcáis, va de echar un pie y luego otro. No va de ‘ser’ algo a través de un proceso de comprarlo todo y probarlo todo. Mi padre, con 72 inviernos, apenas se preocupa por la media de sus casi 15km diarios. Él se levanta, dice, ayuda en las tareas a mi madre y mira si hay calcetines secos y guantes en invierno. Y con eso y levantar los pies para no tropezar por los caminos, corre y vuelve.

Aprendamos de ellos.

Conservando, que es gerundio.

Hablando un día con otra vieja gloria (gruñón de las sendas, como yo) reconocía lo de siempre. ¡Qué de burradas habíamos hecho! Cómo echaba de menos poder trotar en el segundo ‘boom’ del correr. Todo lleno de carreras por sendas bonitas, todo plagado de miles de jóvenes que corren a todos los ritmos imaginables.

Acto seguido relataba sus dolores. Osteopatía de pubis, fémur desgastado, tendinosis crónica en el aquiles, condromalacia rotuliana. A riesgo de perder la amistad, le pinché. Si cambiaría aquellos maratones a todo trapo por haberse desgastado menos y poder seguir corriendo.

No desvelaré la respuesta. Pero podéis imaginar las dudas. Fueron décadas de planes de entrenamiento para ‘bajar de’ en todas las distancias imaginables. Sin un masaje para descargar. Sin entrenamiento cruzado. Sin ver más allá de qué tocaba esa tarde.

Me perdonen mis grandes amigos de las revistas, entrenadores y webs de entrenamiento para corredores. Mi recomendación es coger todo con pinzas. Y torear las sesiones dependiendo del estado físico y anímico de cada uno. Que hay que saltarse una semana entera de machaque, pues uno se la salta.

Lectores, lo repito siempre: hay más días que judías. Se lo oí a otro viejo corredor.