-Mamá, perdona que lleguemos tan tarde. Estaba la ciudad imposible y no podíamos salir de la zona de meta hacia el coche.

-Hija, si a mí no me importa quedarme liada en la cocina. Ya lo sabes. Y menos, un día así.

Acaba de soltarse la esquirla precisa que va contra el cristal blindado de la inteligencia emocional española.  “Menos, un día así”. Este día. La madre está diciendo sin querer que, claro, le dejáis sola cada año hasta la hora de la cena. Pero es que ni estáis por casa cantando villancicos ni cuidando de los niños. Que no le importa estar por ellos porque son sus nietos. Pero “ni estáis”.

Has formado parte de los cerca de cien mil españoles que corren el día 31 de diciembre. Mientras, otros miles rematan cubatas y botellines de cerveza por si les quedase algún hálito de vida antes del cambio de año. En unas horas, todos comparten mesa. Comparten, por decir algo.

-Estáis todos medio gilipollas con tanto running -el defensor del arado; tu cuñado, menos mal que está el cuñado al quite- Los de la copa y el faria nos conservaremos más y mejor.

Evidentemente tu familiar político viene sobrado de ambos. De puro y de copas.

-Cari -tú, a tu marido- te he traído ropa. Está en el cuarto de mamá.

Y la pareja corredora se hace la remolona para pasar una vez más, en mallas ajustadas, por delante de los familiares no corredores. Es un rito de dominantes.

-Ay, qué empacho con los aperitivos, mamá. Dos platos de entrantes más. La hermana no corredora se incomoda bajo un vestido estrecho mientras mira a su hermana, delgada y sanísima.

-Pues yo traigo un hambre de loba.

-Como una loba venías vestida de la sansilvestre esa -la cuarta copa de tinto del cuñado hace su presencia.

-Mariano, el año que viene vienes a correr con nosotros.

-Y una mierda como la manga del abrigo de Churchill. Yo me quedaré a ver cómo un día váis a diñarla todos, sanísimos como vais.

-Coño, Mariano, no digas que te da envidiaca ahora -tercia tu marido- Gente con peor físico que tú la he visto yo arrancar a correr.

-Hijos, no empecéis. Y tú, Marianín. Haz hueco en medio de la mesa que traigo la fuente de cordero.

-Hueco hace este para dos fuentes, porque tiene dónde.

Pre-violencia a la vista. Llamen a los cascos azules. Que suban al 3ºB. Y es que el efecto del vino tinto es como una pandemia. Se ha extendido por toda la mesa.

-Al menos lleno el traje, chavalote. No como tú, que te pingan todas las camisas.

-Yo el músculo lo tengo donde más falta hace, campeón - Es la espiral de violencia de la cena de Nochevieja. Este año es la combinación de alcohol, mezquindad y el correr. Otro año hay otros ingredientes. Pero la cosa es caldear el panorama mientras llegan las doce campanadas.

-Músculo tú, runner, sí, en la rajalcu…

-¡¡A verrrrr. Que llega la carne!!

Esas madres, sacando el pañuelo blanco de la tregua en el momento preciso.

-Chiqui -tú, a tu hermana-no-runner- De verdad no sé cómo no te cuidas un poco más. Con correr dos poquitos a la semana estarías divina.

-Ay, no me veo. Además Mariano es de los que cada vez que se cruza con uno corriendo se le remueven las tripas.

Y así podríamos estirar las mil flechas cruzadas entre parentescos cercanos. Corren las once y media de la noche y la España de 2015 está liada con tres cosas: asegurarse de que los cuartos sean los cuartos y las campanadas no tengan incidentes; terminar de saber si habrá presidente de Gobierno en Enero; y emborronar todo un año de relaciones familiares.

La novedad es que se ha cruzado el fenómeno social y deportivo de salir a correr. Y se ha cruzado en uno de los días en que la españolidad se afila: el 31 de diciembre, miles llegan al banquete del fin de año con las endorfinas a tope. Hay otros miles que no terminan de acostumbrarse a que se corra. Ahora, dejo que pongáis los finales particulares a cada uno de vuestros casos. El día uno hacemos recuento de heridos.