Cuando la pequeña Carmen empezaba a competir en las pruebas del urbano barcelonés, el atletismo (solamente existía el verbo to run para los países angloparlantes) era una cosa de la que se había hablado durante los Juegos Olímpicos de México’68.

Lo habían hecho a raíz de unos asesinatos y de manifestaciones estudiantiles. Y de las quejas de los atletas negros que pedían derechos humanos en Estados Unidos. Todo es lejano, ajeno a nosotros y suena a peliculón. Pero la moza nacida en un pueblecito de Teruel y criada en el cinturón del Vallés se presentaba a la archiconocida Jean Bouin con trece años y conseguía ser novena.

Con dieciocho años ya era la abanderada de un muy escaso y amateur equipo español de campo a través. Corría 1974 cuando ya podía decir que sabía qué era competir en un pelotón internacional.

Había quedado perdida en el pelotón en el circuito de Cambridge (1972), donde fue trigésimo primera. Top 25 en el hipódromo de Waregem al año siguiente. Y la maña de origen evolucionó rápido. Mientras Mariano Haro era plata de nuevo en categoría masculina, Carmen cedía apenas 30 segundos a la vencedora, resultando novena del mundo con dieciocho años.

La magnitud de ese resultado ha de ser puesto en un encuadre real. Con la falta de medios y cultura deportiva, para el atletismo español femenino aquella novena plaza podía compararse al primer partido de Amaya Valdemoro en la WNBA o a los primeros cuartos de final de Arantxa Sánchez Vicario en Roland Garros.

Carmen ya era una sólida mediofondista y es séptima en la final de 1.500m en los Campeonatos de Europa de Roma. Y todo estaba por llegar. En 1975 la Valero es bronce mundial en el césped reseco de Rabat, por delante de dos crías que darían décadas de gloria a su atletismo: Gabriella Dorio (ITA) y Lorraine Moller (NZL).

No hay altibajos en su carrera, dirigida por Josep Molins. Es favorita en el Campeonato del Mundo de Chepstow y se impone al sputnik ruso Tatyana Kazankina, que despiezaría las listas de 1.500 metros en juegos olímpicos y reuniones de prestigio. Campeona del Mundo de 1976. Hay que repetirlo varias veces para tener la medida de lo que supone.

En hombres ganó Carlos Lopes. El gigante portugués, que no pudo reeditar su triunfo en el hipódromo de Dusseldorf. Pero Carmen Valero sí. Vamos a repetirlo para que se entienda. Carmen Valero volvió a coronarse en 1977 como la mejor corredora de cross del planeta, de nuevo por delante de todo el ‘programa estatal’ de la Unión Soviética.

Doble campeona del mundo compaginando los tremendos entrenamientos con su vida laboral. Imponiéndose en la más larga de las distancias del programa internacional, dado que las distancias en Juegos Olímpicos y citas internacionales era el 1.500.

¿Aquella dureza le habría puesto cerca de ser una dominadora del maratón mundial? Nunca se supo puesto que no se celebran maratones oficiales en categoría femenina hasta 1984. Y Carmen disfrutaba de la intensidad del barro y el campo. Un cambio de ritmo tras otro. La pista otorgaba medallas y gloria olímpica justo un escalón por encima de su punta de velocidad.

La Valero volvería, medio lesionada, a los Mundiales de Cross. En 1978 se disputan en Glasgow y es décima. Las futuras reinas de la pista como Cornelia Burki (SUI) y Maricica Puica (RUM) y, sobre todo, la dama del maratón, Grete Waitz, son una hornada de nuevos valores mejor preparados y más veloces. Pero sigue siendo décima del mundo. Por tercer año una joven que podría ser tu vecina o tu compañera de instituto era coronada entre la crema de las mejores atletas del orbe.

Por supuesto, hablar de running era una entelequia. Estaba en boga la vertiente más setentera y del deporte. Ellos tenían a Jane Fonda haciendo footing o jogging. Nosotros éramos más de Carmen Valero.

A partir de 1978 y solo con 23 años entra en una espiral de malos resultados y lesiones. La Leyenda de la chica de la cola de caballo volvería a acrecentarse, tal era su dominio, con sucesivos regresos a la competición después de parones voluntarios y de embarazos.

Volvería a ser campeona de España de campo a través en 1981 y en 1986. Para los que nos criamos con jerseys de lana tejidos por nuestras abuelas y coleccionamos en la retina las imágenes de Abascal y González, Heras y Corgos, ‘la Valero’ era esa referencia que inspiraba respeto. Aún sin saber de ella por la televisión, videos ni internet.