El fisiólogo David Swain definió en los 80 la reserva de consumo de oxígeno: es la diferencia entre el consumido en el ejercicio a tope y el consumido en reposo. Pues bien. Si medimos lo que te has metido entre pecho y espalda desde la cena de Nochebuena hasta Reyes, y calculamos la diferencia con lo que comes a lo largo del año, ahí está.

Y tendrás que penar. O aparentar que lo estás haciendo.

Haz cuentas. ¿Cuántos kilómetros tienen que caer por cada manojo de langostinos?

Agua, proteínas y casi sin grasas. Eso es el marisco. Salvo que los hayas untado en la peor de las mayonesas, es pescado. Te has puesto ciego de algo que lo sudarás (agua), lo reciclarás (proteínas) o te servirá de gasolina en cuanto sigas con tu rutina de correr.

Ponte en el mejor de los casos. Mientras comías langostinos no le dabas al picoteo de productos de procedencia industrial o a las golosinas. Quizá no tengas que hacer tanta dieta. El agua de los bichos lleva vitaminas del grupo B (B de Bien, Bravo) y liposolubles como la vitamina A y, su carne, apenas contiene grasa. Bien.

¿Excesos navideños?

¿Y cómo cotiza el gramo de turrón en la escala ‘runera’?

Almendra, miel, azúcar y yema de huevo. Almendra, mucha o poca. Hidratos en todas las variedades posibles. Eres practicante de la carrera a pie, ¿no es ese el más recomendado de los escenarios?

Probablemente, esa bestial alineación de comidas de estos días aparezca ante el ideario runner como la mayor de las provocaciones. ¡Te has excedido! ¡Verás ahora! ¡Todo lo que te queda por penar ahora!

Culparás a tu madre, a las cenas de tu familia, y la profecía se verá autocumplida. Por un lado Twitter, las columnas de expertos en alimentación y las revistas y blogs (¿este mismo?) te darán soluciones. Por otro está la pregunta: ¿para qué estamos aquí? ¿Ni siquiera podemos aprovechar el margen de salud que nos brinda el patrón mediterráneo de comidas?

Mañana tengo un porrón de kilómetros. Voy a mirar si quedan sobras en el armarito de 'lo navideño'. Os dejo debatiendo.