Resulta complicado ponerse en situación con estos vientos del norte, el gorro calado hasta las cejas y setenta capas para afrontar el trote invernal. Pero en dos sábados mal contados todo se convierte en avenidas llenas de terrazas, pantalones cortos y los maratones más populares del globo.

Marzo es la antesala.

Maratón de Barcelona

Antaño todo esto lo teníamos que leer en revistas especializadas. Reformulemos: tampoco había revistas especializadas. En los años de gloria de las carreras europeas y norteamericanas, sabíamos que había maratones con veinte mil personas y se nos caía la baba.

Hoy día tenemos la suerte de poder contar con uno de esos bicharracos: marzo abre el fuego del gran show del año en la ciudad de Barcelona.

El maratón de Barcelona se ha colocado por derecho propio con los aspirantes a la primera línea mundial. Casi veinte mil corredores -el objetivo de los organizadores para este año- llenan la ciudad mediterránea mientras el sol baña turistas en chanclas y japoneses haciendo cola para ver el Camp Nou.

Pocas carreras han sufrido tantos cambios de recorrido. Desde la prístina edición en Palafrugell, que dista una kilometrada desde Barcelona, hasta subidas al estadio Olímpico de Montjüic, salidas en Mataró, el parque de la España Industrial, subidas o bajadas por la Diagonal o el Poble Sec y cien vueltas más. Deberían pedir el Récord Guiness de inquietud deportiva. Pero el resultado merece la pena. Una de esas de “hacer una vez en la vida”. Créanme.

En abril, maratones mil.

Caroline Rotitch, ganadora de la carrera femenina de Boston

Boston es esa joya de la corona que se puso de moda de modo accidental. Somos así. En realidad hemos descubierto la carrera más antigua del mundo a raíz de los últimos tres o cuatro años.

Los atentados de la línea de meta de Boston, de una manera absolutamente injusta, sacaron la carrera de un baúl que apestaba a transatlántico, al motín del té de 1773 y a los Celtics de Kevin McHale. Toda la atención televisiva se la llevaba Nueva York, que vivía una época ochentera de oro con el Madison Square Garden, Martin Scorsese y Woody Allen.

La prueba de Boston se celebra de manera continuada desde el siglo XIX. A consecuencia de los primeros juegos olímpicos de Atenas en 1896, un ramillete de aficionados a las grandes apuestas atléticas de la época y al ‘sport’ de aquella época decidieron que algo así había que organizar en la vieja Beantown. En la ya famosa línea de meta del 665 de Boylston St. han vencido campeones anónimos, leyendas glamurosas, corredores de vidas terribles, y mitos en la época del hambre y de la Ley Seca.

Un rato de wikipedia te llevará a saber sobre las atormentadas o sublimes biografías de vencedores de la prueba. Emplea un rato, anda, en saber quién fueron Tom Longboat, Ellison Tarzan Brown o Joan Benoit.

Londres.

Maratón de Londres

El equivalente europeo al gran clásico de Nueva York es Londres. Entre yanquis y británicos desarrollaron el atletismo moderno. A este lado del charco Londres supuso el nacimiento del mito maratoniano.

Es de todos conocido que el Rey Jorge, por sus santos reales, obligó a la salida del maratón a extenderse hasta las 26 millas y 385 yardas actuales. De ahí la rocambolesca distancia que ahora tenemos que recorrer. His Royal Highness Quería dar la salida desde su palacio y desbarató los 40 kilómetros pelados que había de Maratón a Atenas. Cosas que ocurrían en los Juegos de 1908.

Más aportaciones de Londres a la imaginería del maratón fueron la aparición de patrocinadores como Gillette (que aportó 175.000 libras en la primera edición de 1981), y ya, en tiempos modernos, Mars, ADT o los 17 millones de libras (21 M€) que Virgin soltó en cash en el patrocinio entre 2010 y 2014.

Todo ello han contribuido a que esas imágenes del puente de la Torre o el curvón de Buckingham hacia la meta den la vuelta al mundo. La tradición atlética de ritmos de récord del mundo y la masa corredora a ritmo de cabra mochales, todo en uno.

Madrid. Qué decir de Madrid.

Runners por el Palacio Real de Madrid

Qué de patadas no habrá dado Madrid buscando su carrera. Mejor dicho. Qué de sinsabores han tenido los corredores de Madrid en pos de un maratón grande y apreciado.

Una orografía descarnada y llena de repechos, un retraso secular del movimiento moderno del correr (¿a que parece que estamos hablando de la España de Felipe IV?) y una ciudad que no comprendía para qué se cortaban las calles. Es el retraso contra el que unos y otros luchaban tirando de la cuerda.

En ocasiones, parecía que tiraban en direcciones opuestas y aquello no se meneaba.

La llegada de los últimos mohicanos del correr ha forzado a la ciudad a acoger la carrera de un modo más positivo. Más público, más negocio y más esfuerzos en pos de la carrera. Recuperado el Parque del Retiro como meta, el empujón comercial ha llegado de la carpa Rock’n Roll Series. La carrera es una sólida franquicia con una matinal completa de carreras.

No se entiende Madrid sin todo cristo cabreado y discutiendo. La coexistencia de pruebas de 10, 21 y 42 kilómetros tiene a unos y otros enfrentados. Más foto y más presencia de imagen por un lado, frente a la casi imposible evolución del recorrido del maratón.

Las cuestas parecen menos cuestas porque están llenas de corredores, ya por encima de los 12.000 participantes. Los que pitaban desde sus coches pasan más desapercibidos porque Madrid, en abril y en domingo, ya está ocupado por más gente a pie.

Y es que el maratón de Madrid está apurando a toda prisa sus opciones de participar de la fiesta de la primavera maratoniana. Qué ciudad. Siempre con prisas.