Si tuviéramos que ponernos estupendos, diríamos que el maratón es el mejor maratón de Madrid. Hace años llegó como una figura importada de las grandes ciudades extranjeras, para condenar a la ciudad a soportarnos a los corredores un día al año. Un día de running que se extiende hoy durante buena parte del año porque las carreras son la jefas del fin de semana. El maratón de 1977 sentó un peligroso precedente y ya va para más de 30 años. Los últimos de ellos, de auténtico rocanrol.

Y es que aquella prueba que salió de una reunión de entusiastas en 1977 es parte integrante de un movimiento global. Desde 2011 es además parte de la insignia corporativa de las Rock’n Roll series. San Diego, Las Vegas son ahora las compañeras de viaje del antiguo Mapoma, el maratón popular que apenas arrastraba 4.000 inscritos durante los ásperos noventa.

Hoy día se recoge la herencia de una fecha inamovible para los maratonianos españoles. El último domingo de abril es el hueco que la organización encontró previo a las fiestas de San Isidro y al calor de mayo.

Desde primera hora del domingo la capital se inunda con las hormigas del nuevo progreso deportivo. El deporte recreativo en la calle aglutina -según las cifras oficiales- a 30.000 corredores en las diversas distancias de una fiesta urbana.

Cerca de 15.000 dorsales vendidos en el maratón, la distancia reina, salden acompañados de otros tantos en las distancias de 21 y 10 kilómetros. El objetivo de todos es llegar a la línea de meta del Parque del Retiro.

Y es que, del mismo modo que Madrid vive desperezándose de manera continuada y acogiendo cada año a más turistas, su maratón sigue los pasos de sus homónimos españoles. Con la vista siempre puesta en las grandes fiestas del corredor, Barcelona y Valencia, el equipo combinado entre MaPoMa (histórico organizador de la carrera) y Competitor Group (mascarón de proa en el maratón internacional) suma y sigue. Los cálculos de participación animan a incluirse en la punta de lanza del fenómeno social de la década. Correr.

Precisamente la organización defiende el carácter festivo y democrático del múltiple evento-fiestón. Que miles puedan compartir con los maratonianos la salida y el arco de llegada del Retiro. La foto que la carrera añade al álbum familiar de la ciudad busca, un año más, ser más colorista y alegre que nunca. Desde el entorno del Paseo de la Castellana, ya tradicional de las últimas décadas, se da la salida para ascender por una ciudad a la que le cuesta salir a primera hora. Es abril. Las noches tiran mucho. Y la primera parte del recorrido, por las arterias de oficinas y negociado de Madrid, es uno de los grandes retos al que se enfrenta el corredor del pelotón.

Aun así el regreso al Madrid de los chaflanes, el kioskero y las cafeterías con gambas pintadas en las cristaleras del escaparate lleva a los maratonianos a mejores pagos. Más público cada año acompaña por las zonas de Cuatro Caminos, Gran Vía, o Plaza de Oriente y eso que muchos corremos mirando si es verdad que también existe una ciudad de día.

La facilidad para moverse por la ciudad el domingo del maratón es evidente. El recorrido culebrea por el centro y la red de metro posibilita que todos puedan asistir, al menos, a ese paso fundamental por la Puerta del Sol. Lugar de campanadas y de indignados, Sol es tradicionalmente el kilómetro con más público de toda la carrera. Con 18 kilómetros en las piernas y la moral por las nubes, Madrid gana adeptos cada año en ese punto aunque luego los pierda en los tramos finales.

El metro se convierte en un constante ir y venir de conocidos y familiares hasta el siguiente punto clave, en pleno Lago de la Casa de Campo. Es el maratón de los silencios y de las caras de sufrimiento. El famoso muro del maratón se materializa en la tapia que circunda el bosque madrileño. Y allá que van miles de corredores. A darse de morros contra él, un año más.

Un amigo dice que esto de correr muchos kilómetros es como comer picante. Sabes que vas a terminar baldado pero repites una y otra vez. Y miles de sonrisas suben molidas año tras año desde el Manzanares hasta el entorno del Museo del Prado y el Parque del Retiro. Lo hacen cada año ya esté nublado o, como es tónica casi habitual desde que el mundo maratón es mundo, con el tiempo templado que fatiga si cabe un poco más.

En el tablón de anuncios imaginario de esta carrera son decenas de miles los que hemos claveteado nuestra nota. Desde los que llegan encabezando el historial de la carrera, los míticos John Burra, Chema Martínez, Ramiro Matamoros, Joaquina Casas o Czeslava Nentlewitz, hasta Alberto, Pablo, Prado, Eva, Juan, Lidia o Mikel, los actuales dueños de la ilusión maratoniana.

El panorama de antaño se nutría de corredores eminentemente locales, con lo granado del maratón español viajando a ‘la prueba grande’. Hoy día se sitúa, en palabras de uno de los gerentes de las series Rock’n Roll, en la nada despreciable cifra de ocho mil corredores extranjeros. En este aspecto también se habla de Madrid fuera de nuestras fronteras, aparentemente.

Atrás quedan ahora las batallas sobre las cifras, la filosofía hacia la que se encaminó el correr hace treinta años y que hoy desemboca en una gran manifestación, o si alguien salió en la foto arrimado al alto cargo equivocado. Probablemente se acorte mucho la distancia entre las cuentas de resultados de los tres grandes maratones. Seguramente estamos mirando las fotos que saltan inmediatamente, por miles, a las redes sociales y las notas de prensa y quien guste de correr volverá a pensarlo. ¡Qué maravilla cuando cortan el tráfico de tu ciudad para esto!