Desde que estalló, hace ya casi diez años, el boom del running ( y es importante llamarlo running para diferenciarlo del de jogging de los años 80, o de correr de finales de los 90 del siglo XX), y pasó a estar tan de moda como las barbas y las costumbres del hombre del paleolítico, no ha habido medio de comunicación, especializado o no, que no haya publicado listas y estudios con los beneficios de correr al aire libre.

Mejora la salud, alarga la vida, retrasa el envejecimiento y sobre todo nos hace más positivos, más atractivos y es el camino para una buena vida social y hasta sexual.

Lo mismo todo eso tiene algo de cierto, aunque vamos sabiendo  los corredores que sólo corren porque eso es lo que les gusta, disfrutan de un bonito hobby en la naturaleza, pero no mejoran en todos los indicadores de salud tanto como podría esperarse o se anuncia.

Pero además, parece que tenían razón los médicos que desde hace más de medio siglo cuando, muy serios y con cara de preocupación, nos indicaban a los que empezábamos a correr un poco más de la cuenta que aquello no era precisamente algo que pudiéramos dejar en cualquier momento y que podía tener consecuencias que superaran los beneficios.

Así lo indican un buen número de estudios en revistas médicas, y en concreto uno publicado en British Journal of Sports Medicine, una de las revistas de mayor índice de impacto (lo que se usa para medir la relevancia y fiabilidad de una publicación en cada campo de la ciencia) en medicina deportiva.

El estudio, centrado en corredores entre 40 y 55 años,una edad en que los beneficios de correr son más notables, viene a decir que en corredores de largas distancias, no sólo la densidad ósea no mejora -en realidad disminuye- sino que la producción de testosterona se reduce.

Y la cosa empieza con poca distancia: a partir de 80 kilómetros semanales, correr y la densidad de los huesos empiezan a estar en relación inversa. A más kilómetros que se añadan, menor será esta, provocando un envejecimiento más rápido.

En cuanto a la testosterona, lo que los levantadores de pesas y culturistas llevan sabiendo y poniendo en práctica desde siempre: superado un umbral, a más entrenamiento, menos producción de esta hormona, imprescindible para la regeneración muscular. Y para funcionar sexualmente. Tanto para ser útil como para tener ganas, y tan sólo a partir de unos 64-80 kilómetros a la semana.

Ni hablar de los fondistas que hacen semanas suaves de 120 kilómetros - en un par de semanas fuertes se plantan en Sevilla saliendo de Guadalajara, parando a hacer series de velocidad, técnica y gimnasio-.

Lo que puede salvarles es que, normalmente, son más jóvenes y son capaces de sobreponerse; pero los corredores maduritos haremos bien en medir la duración de los entrenamientos corriendo suave o evitar la pérdida de la preciada hormona de alguna de las maneras evidentes:

- Entrando en el gimnasio a mover pesas, al menos dos veces por semana, con sesiones cortas y realmente duras. Hay que olvidar la tonificación aquí, e intentar superarse en cada serie, como si lucháramos por lo que más queremos.

-Entrenamientos más cortos e intensos al correr: una carrera semanal larga puede ser suficiente. En realidad, hay poca diferencia en la mejora entre correr tres días por semana cuestas y series de velocidad o cinco veces una hora, y mucha diferencia en la destrucción de la poca juventud que queda.

-Siguiendo el método de Yiannis Kouros, un sesentón que aún mantiene el récord de la Spartathlon (246 km), quien nunca entrena más de 10 o 12 kilómetros y guarda los excesos para el día de la competición.

-No hacer nada, seguir corriendo y disfrutando de las sensaciones del sol y el viento de invierno en la cara y las largas distancias y admitir que uno tendrá que gastarse un dineral en suplementos. médicos y quizá ser cliente de Pfizer si no han inventado algo mejor cuando llegue el momento. De alguna manera, sospecho que esto será lo que hará la mayoría.