No vamos a hablar de los supuestos demenciales que plantearon recientemente algunos espacios naturales protegidos. Vamos a dejar tranquila la política nacional, de momento. Pero no está de mal avisarte y que tengas en cuenta algunas recomendaciones. Podrías meterte en un lío en alguno de tus viajes o trotes.
Zonas de seguridad. Los aeropuertos, sin ir más lejos. Esos amplios espacios en los que no parece que estorbes a nadie. Sales de tu hotel (que tu empresa ha reservado en el último esquinazo del polígono de oficinas aledaño a ese aeropuerto) y encaras unas calles con acera, quizá hasta con hierba en los laterales. Y no miras bien o no entiendes un cartel. Y te topas con una zona de seguridad de la que sales a empujones o achuchado por una megafonía de la que no entiendes nada.
Zonas presidenciales, palacios de gobierno y áreas a las que te podrías acercar trotando pueden estar bajo circunstancias especiales. No es lo mismo subir la colina al Quirinale en Roma, aprovechando que sales a trotar por esas calles de la ciudad eterna, que intentar hacerte un selfie frente al bunker del líder norcoreano. Cuenta con la tolerancia de los regímenes ante las formas del turista. Mejor todavía. Cuenta con las formas de los guardias y soldados ante el fenómeno de las masas corredoras.
Cazadores o el síndrome de “Yo siempre he pasado por aquí”.
También es una situación nueva. Hasta ahora podría valer hablar con ellos. Si eres del pueblo, algún conocido dará una voz del tipo “¡Parar un momento que pasa el tontaco del nieto de tio Germán!”. Pero la caza atrae forasteros. Del mismo modo, atrae copas de aguardiente a las seis de la mañana, lo más granado del españoleo armado y podrías pagar los platos rotos de alguna otra invasión previa de cotos de caza. O te podrían confundir con un combativo propagandista contra la tortura y muerte de los bichos del monte.
No está de más leer y deducir un poco de carteles o apelativos como “Ciudad Prohibida”, “El escondrijo de nuestro amado líder” o “Extranjeros no son bienvenidos”.
Un caso más delicado que me viene a la cabeza implicaría carambolas varias. Si vas a correr, poseído como siempre como estás de ese espíritu Altaïr, indomable y aventurero, por barriadas periféricas, zonas alejadas del centro de la ciudad, o zonas rurales donde no suelen acudir tantos occidentales, considera esto: a mucha gente tu vida le importará una mierda si son capaces de robar tus pertenencias, hacerte pasar un mal rato o, directamente, pedir un secuestro por ti.
Parece un escenario irreal pero recuerda que vives y procedes de la parte más cómoda del mundo. En el lado malo las reglas, cuando existen, no siempre están dictadas a favor de tu seguridad. Al menos, si insistes en meterte por ahí, o si existiera la posibilidad de perderse, aplícate los trucos de pasar desapercibido. En caso que un corredor blanco pase desapercibido por una barriada obrera o chabolista. No lleves ropa cara, chillona o zapatillas novísimas. Ni marcas alusivas o electrónica encima.
Si eres detenido, habla claro, mejor en el idioma local, y despacio. Un pasaporte envuelto en una funda de plástico debería valer por si las fuerzas de seguridad te interceptan y deciden que estarás más seguro entre barrotes. O (poniéndote en el mejor de los casos) si te transportan a tu hotel.
Recuerda. En todos estos casos, ellos van armados. Tú no. Y no vale de nada esgrimir un cambio de ritmo fulgurante. Los perdigones y las pistolas eléctricas son más rápidas.