Un éxito

“Que no. Que estoy encantado. Que nadie me va a convencer de que no es la mejor decisión de mi vida. No me van a parar ni los sudores. Ni los dos ingresos por lipotimia a finales de junio. He descubierto el elixir de la eterna juventud”, declamarás a los cuatro vientos.

¿Contrapartidas? Si pones a un lado las cifras de la báscula y la sensación de ligereza y, al otro, la penosa estética de cómo te quedaban los bañadores allá por mayo, nadie se acuerda de tus bufidos de los primeros días en el parque. Las agujetas están olvidadas.

La certeza de que ibas a escupir el corazón es una muesca lejana. Incluso hiciste amigos en el centro de salud mientras esperabas al primer balón de oxígeno. Madrid no te mató con su primera ola de calor, no lo iba a hacer el correr.

Pichín pachán

Bien. Ni te está quitado la vida ni te has transformado en un superhéroe de la Marvel. Corres y lo disfrutas. Corres y te cuesta. A partes iguales. Si tuvieran que preguntarte si se lo recomendarías a alguien, es probable que te cueste decidir si a un amigo o al enemigo.

Hay una verdad incuestionable y es la de esa adscripción a un nuevo movimiento: el de los que ya no pasean para bajar la cena. Tampoco estás en los caminadores por los carriles-bici o los arcenes de las carreteras. Convertiste la zancada en un saltito después de otro y, oye, ya llegas a la famosa media hora sin parar.

No estás nada seguro si dejarlo en septiembre. Quizá te apuntes a la fiebre de la San Silvestre de tu ciudad. Pero has descubierto otro par de hobbies y esto de mantenerse en forma podrías hacerlo comiendo más ensaladas. Dudas, no por nada. Pero dudas.

Mandadme a los guardacostas

Que vengan a rescatarte. Por ti o por tu pareja o por el cuñado. “Mandadme a un pelotón de sanitarios”, gritas entre sueños. Quieres que te saquen de esta tortura innecesaria con la que no ves avance ni luz al final del túnel.

Corres con la mejor de las intenciones pero sólo cuando los dolores o la mala adaptación al trote veraniego te lo permiten. Has dejado pos-its por la cocina y por el espejo del baño con mensajes como “¿pero es todo esto necesario?”.

Desde la primera sesión con tu amiga o con el entrenador personal has acumulado seis días majos y veinte sesiones dignas de una cámara de experimentos. Tu buen humor se ha desvanecido. La adoración por los croissants rellenos es ahora un sentimiento de culpa. Te acaban de pasar un cargo extra en la tarjeta de crédito por las compras de material de running. Y tu madre, ella, o tu marido, él, han dicho eso de “Tanto correr, hijo/a, no sé para qué si yo te veo igual de morcón”.

Cualquiera de las tres aproximaciones ha sido, eso sí, un esfuerzo tuyo y sólo tuyo. La paliza que acumulas y la recompensa que te llevas por delante son única y exclusivamente tu trabajo.

Un coach diría que estás descubriendo tus potencialidades. Convierte las debilidades en lejanos rumores y tus puntos fuertes en ganchos sólidos como para colgar jamones de ocho kilos.

Probablemente en Navidad te rías de todo esto. Mañana… te toca correr de nuevo. Es tu operación runner.