Correr es recreativo. Pone a tono los cuerpos. Despeja las cabezas. Bien es cierto que no todas. Cada día están saliendo a la palestra comportamientos no deseados en el mundo runner.
El que viene averiado de casa es muy posible que se cuele en una comida de la pasta, fotocopie un dorsal para sabotear un organizador o insulte a dos veteranos porque le taponan un sendero por el que él, oh sí, vuela raudo.
El titular es una coña pero uno se pregunta lo siguiente: ¿tendremos que mantener un sistema de conducta para sancionar a los hipermotivados? ¿Nos dotamos de un reglamento o un libro de estilo del correr? Mejor. ¿Quitamos puntos por cada infracción a la etiqueta del corredor popular?
Estoy viendo la situación. No es difícil imaginarlo en un peliculón de ciencia ficción. Los ciudadanos, pongamos que según terminan su educación secundaria obligatoria, se llevan a casa un certificado, chip en la nuca, pulsera o banda al pelo. En ella están registrados doce puntos. ¿Cómo se perderían estos puntos?
Sencillo. El conglomerado de mujeres y hombres en zapatillas y camiseta de colores ofrece un sinnúmero de situaciones punibles.
Infracciones leves. Perdemos un punto por no saludar al correr. O redondear al minuto inferior tu marca en una carrera (46 minutos por un tiempo real de 46:48). El tribunal de arbitraje, o la sociedad misma, podría asímismo considerar falta leve dejar colgado de manera reiterada a tu compañero de trote, inscribirse a todas las carreras que cubran todos los fines de semana de un año o correr con auriculares de DJ por avenidas con tráfico rodado.
Atenuante de inocencia y flipamiento serían casos como cambiar las literas de los niños por un mural cuatro por tres veinte con la foto de la salida del maratón de Nueva York.
Infracciones moderadas. Perdemos dos puntos. En este grupo entrarían comportamientos tales como colocar imágenes falsas o trucadas en nuestro perfil de redes sociales, haciendo como que hemos corrido o entrenado sin ser cierto.
Se perderían puntos por adquirir compulsivamente n+2 pares de zapatillas donde [n] es el número razonable. O acudir a la panadería a comprar el pan en mallas de lycra porque venimos de hacer nuestro rodaje.
Infracciones graves. Perdemos tres puntos y acudimos a un curso de reeducación runner. Entre las más ejemplares serían decir en casa que visitar Sevilla en familia sería encantador, cuando queremos correr su maratón. Abandonar el chuletón o los jureles y solamente guisar macarrones.
O despreciar al novato de la familia o de la oficina porque empieza a sufrir pasados siete minutos de trote. Merecedor de tres puntos y colleja, por voluntariedad, sin atenuante, el desprecio de todo aquel otro que comparta fila en las cajas de cualquier tienda deportiva, independientemente de la especialidad y de la diferencia de nivel.
Infracciones muy graves. Perdemos seis puntos y somos expulsados de las carreras durante medio año. Estos casos podrían ser sacados en los libros de texto para que los escolares aprendiesen las consecuencias más graves, sin eximente alguno.
Entre ellas, que inscribamos en el registro a nuestro hijo como Emilzatopek Jiménez Collado, que en las invitaciones de boda, sobre “Enlace de Raúl y Miriam”, figure Where is the Limit?, o la venta de los muebles del salón a un rastro solidario para instalar barras de dominadas y cajones para zapatillas.
La instauración de un Tribunal Superior de Decencia Runneril generaría ese poso necesario de rectitud. Yo, la verdad, no veo más que ventajas. Mi perro Filípides asiente silencioso.