¿Cómo que trampas? ¿Es posible que se hagan trampas en una carrera en la que la mejor y quizá única satisfacción sea la de batirte el cobre por nada a cambio? Pues lo es.

Cada año, en determinadas pruebas deportivas de la Península, se sacan unos resultados provisionales. Hasta ahí todo fenomenal. Al ser una carrera tan larga y recorrer tantas avenidas y escondrijos de la ciudad, existen varios tipos de tentaciones.

Las relacionadas con la limitación física a priori. Un corredor se apuntó meses atrás y, por la razón que sea, decide que no está adecuadamente preparado para correr esta larga zurra de kilómetros. Es lo que se llama sentido común.

Luego echa cuentas y dice que ya que ha pagado el dorsal, al menos que pueda disfrutar de algunos kilómetros de la fiesta del maratón. Es lo que se llama sentido relativizante. Al llegar a meta se ve sudado, la rabia y muchos más factores hipnóticos le recuerdan cuánto le habría gustado llegar. Total, ya está ahí. Y entra en meta. Se ha llegado a ver casos de tramposos que hasta alzan los brazos al cielo, totalmente convencidos de algo. Quizá, de que lo corrieron entero. Es lo que se llama parahipnosis del correr.

Las variaciones siempre suelen ir a peor.

El que se fotocopia el dorsal por estar en contra de la política de precios de la prueba. Y, en lugar de quedarse en casa o montar una plataforma en Change.org se dedica a esquilmar los recursos que otros corredores no podrán disfrutar

¿Creías que lo habías visto todo? Hay más.

El que conoce la ciudad como la palma de su mano y desconoce que atajar por las callejas para ahorrarse unos kilómetros suele despistar sus propias circunvoluciones cerebrales.

Justifica que ha pasado por todos los controles. Maldice la maquinaria de control de paso, el GPS, los satélites orbitales y al tío de la coleta. Pero es que lo han pillado. Recientemente este ejemplo ha dividido en dos bandos al mundo runner después de conocerse un caso de un corredor devorador de calles en el medio maratón de Valencia.

No diremos los nombres de los bandos ni haremos broma con ellos. Al final somos cuatro gatos y nunca sabes qué podría pasar.

¿Y qué sentido tiene la trampa?

Al resto de los mortales no se les engaña fácilmente con estos temas. No por su astucia sino porque son temas rozando el absurdo.

Prueba a explicar en tu oficina que el segundo parcial de tu maratón salió seis minutos más rápido que el primero. Te mirarán igual que si confiesas haber reptado durante los kilómetros treinta al cuarenta y uno, como así fue el caso. Más que engañarlos lograrás indiferencia o un educado “Ah, pues muy bien, ¿no?”. Están mirando a otra cosa.

El que ataja o trampea o manipula fotos o cuenta bolas, probablemente, estará engañándose a sí mismo. Y a nadie más. En el gremio corredor se sabe todo.