George Mallory, probablemente el más conocido de los exploradores y aventureros de la época imperial británica, intentó hasta tres veces ser la primera persona en ascender el pico Everest.
Cuando le preguntaron la razón por la que se exponía su vida por un objetivo tan frívolo, él, un hombre educado, buen deportista y con familia, sencillamente respondía: “porque está ahí”.
Por supuesto, enfrentarse al reto era algo que no podía dejar de hacer, y terminó costándole la vida, lo que convierte a Mallory - y a muchos otros- en casos extremos.
Vale que subir montañas o terminar una actividad -como realizar el GR 11 pirenaico en 15 días, o terminar corriendo el Camino de Santiago- entra dentro de la conquista de lo inútil.
Pero si algo diferencia las actividades en la naturaleza de los deportes en una sala o en un campo de juego es la incertidumbre: la naturaleza dista mucho de ser amigable, y el más agradable día de ruta por La Pedriza o de surf en las playas del Algarve se convierte en una pesadilla con una tormenta, una torcedura de tobillo o poca agua en la mochila. Nunca las tienes todas contigo cuando sales a correr por un camino de montaña
Si algo en particular provoca pesadillas, lo más probable es que llegar a controlar ese algo va a dar bastantes satisfacciones. Exponerse al terror, aprender a controlarlo en lo posible es desactivarlo. No del todo, pero lo suficiente para sentirse libre de él.
1.- ¿Tienes miedo al sufrimiento físico extremo? Lo tuyo son las carreras en terrenos de montaña, especialmente en verano y por terrenos secos. Tu mayor reto debe ser la Badwater Ultramarathon, aunque las carreras por etapas en desiertos también son algo que debería tener en la agenda.
Al fin y al cabo, cuando al dolor muscular y al cansancio extremo se le unen más de 40 grados en un ambiente seco, la incomodidad de la ropa y no descansar bien, es realmente difícil ser capaz de lograr lo propuesto.
2.- ¿Miedo a la altura? Escalar es un buen comienzo. Ser capaz de moverse sobre un paño de roca con agilidad y tranquilidad, ignorando el abismo que hay debajo de los pies, es darle en las narices al miedo más básico.
Según el tipo de escalada, el miedo estaría más o menos justificado: la intrascendencia de un vuelo en escalada deportiva frente a un latigazo de cincuenta metros en una pared larga con seguros mediocres. Lo cual no cambia que el temor sea una emoción inútil durante la escalada.
3.- ¿Los dos combinados, miedo a la altura y al sufrimiento físico? Hay que probar el alpinismo o la travesía invernal de varios días. Los pasos de escalada con temperaturas bajo cero y la pared recubierta de hielo tienen de todo para elevar la adrenalina al tiempo que sufres todo tipo de incomodidades y formas de agotamiento.
La travesía con esquíes es perfecta para el miedo a la velocidad: controlar el movimiento cuando no hay tiempo para corregir un pequeño fallo requiere bastante habilidad y concentración.
Los recorridos en bicicleta, añaden el sufrimiento de las subidas: pocas veces las pulsaciones van a acelerar tanto el ritmo, acompañadas de un dolor de piernas inexpresable como el primer día que terminas en tu BTT un puerto de montaña.
4.- Puede que tengas miedo a terminar perdido o aislado. Es relativamente fácil en trekkings y grandes recorridos, en bicicleta, corriendo o andando. Eso sí: en lugares verdaderamente aislados el riesgo puede ser real y totalmente fuera de control.
5.- O claustrofobia: miedo a los lugares cerrados. Quizá la espeleología te resulte demasiado extrema, pero el descenso de cañones lo suficientemente encajonados sirve para enfrentarlo, sin sufrir un ataque de pánico de buenas a primeras.
6.- Miedo al agua, habitual si no estás habituado a nadar desde pequeño. El submarinismo no es un deporte, pero sí un triunfo si esto es lo que te asusta. Y el surf o la natación en aguas abiertas sí son actividades los suficientemente exigentes y divertidas.
7.- ¿Y el miedo al mar, a las grandes extensiones de agua? Cuando creas que te has enfrentado a todos los miedos, una travesía con tiempo incierto por el mar los reúne todos (con un cierto tamaño de olas en una tormenta, hasta el relativo a la altura).
Vale que requiere una inversión con la que no podemos ni pensar casi ninguno y bastante tiempo libre, pero como poco sirve para saber que sería algo a lo que nos enfrentaríamos, si pudiéramos. Porque está ahí y va a seguir estando, claro.