Los ornitólogos han analizado de todas las formas posibles al pavo real: su adaptación a los diferentes climas que hay más allá del sudeste asiático en el cual podemos ubicar al origen de su especie le hacen un animal único. Sin embargo, no entienden como su principal característica, eso que le hace único, ha sido copiado por una de las especies que más ha evolucionado.

Nos encanta pavonearnos: quien no se siente bien cuando le preguntan si esa camiseta es nueva, quien no se ha venido arriba cuando le han alabado esa chaqueta tan chula o cuantas se han sentido ofendidas porque nadie ha notado que se han cortado el pelo.

En el mundo  del correr, hay quien tiene el pavo muy subido: combinar la camiseta de colores más estrambóticos con las mallas con estampado es para mucha gente más importante que la marca en 10kms; que decir de esos que buscan el modelo de zapatillas más estridente y lo llevan puesto en todos los ambientes para tener que aclarar "es que yo corro". Sin embargo, el mayor pavoneo llega cuando toca sacar a relucir algo que no se puede comprar: la camiseta de finisher.

Ese trozo de tela que lleva el nombre de esa prueba que tanto te costó pasará a ser un amuleto, una prenda fetiche que enseñar en tu área de entrenamiento habitual y que les dice a todos esos pardillos que tú has sido capaz de plantarte en la meta de la maratón de Bollullos Par del Condado y ellos no. Si lleva el nombre de una "major", el nivel de postureo sube de golpe; si el nombre de la prueba acaba en “-man”, prepárate porque estamos ante la Sábana Santa del armario "runner".

Creo que desde hace unos cuantos años no compro ni una sola camiseta. Mientras que las de manga larga son el recurso favorito de familiares y amigos para cumpleaños y Navidad, los organizadores de cada carrera que hago me suelen obsequiar con una cada vez que me inscribo a una de sus pruebas. De vez en cuando selecciono y hago limpieza, desechando las que ya han recorrido mucho camino o aquellas con las que no me he sentido cómodo.

Sin embargo, las poquitas que tengo vinculadas a una gran prueba se mantienen entre las que están a disposición para salir a correr. Digo que están, pero no es del todo cierto: enterradas entre las que uso a diario, mis camisetas de maratón se han quedado fuera de cualquier rotación. No porque las idolatre o porque tema que se enganchen en la lavadora y se destrocen: mi olvido hacia ellas va mucho más allá.

Por todas pagué algo: sea por estar incluidas en el lote que cada corredor se lleva a casa o porque pasé por caja para conseguirlas, estas tienen un valor monetario fácilmente atribuible. Su costo se puede cuantificar, se puede saber cuál es el beneficio que se obtiene con cada una y no son pocas marcas las que se pelean por que su nombre se vea en el pecho de un montón de corredores.

Ahora, nunca encontrarás entre las fibras de la misma los kilómetros que has recorrido para prepararla; en su etiqueta no vendrán reflejados todos los sacrificios que tuviste que hacer para plantarte en la línea de salida. Puede que sea una talla L, pero en ella no cabe toda esa gente que te ayudó a llegar a meta.

Conseguir una camiseta de "finisher" no es complicado: solamente tienes que llegar y hacer lo que te piden. Si te has preparado, seguro que te la llevas. Sentir apego por ella es fácil si te paras a pensar en lo que te costó conseguirla: sin embargo, si te paras a pensar en el fondo que es sólo una camiseta.

Las mías están ocultas porque así puedo olvidarme de lo conseguido y pensar en lo que quiero conseguir. Así que te invito a guardarlas, a hacerlas desaparecer.