Empezaste a correr con la ilusión de la mejora física. Todo iban a ser avances. En algunos casos, espectaculares. Llegaron las primeras contrapartidas. Cuando retozabas en las sábanas de raso había unas durezas que se enganchaban con la delicada tela. Luego se enganchaban a tu delicada pareja. Habías llegado demasiado lejos.

Pensaste que serían esos callos que indican que tus pies retornan a la sabana. El homo kilométricus y lo de correr descalzo. Pero un alarido de tu compañera de cama te sobresaltó. Saliste de la cama y diste la luz de tu habitación. Tus uñas eran como las garras de los grandes póngidos.

Descascarilladas. Encarnadas. Con una ampolla de sangre bajo la cutícula. En misterioso alzamiento a los cielos. Perdida definitivamente. Recortada con esa sabiduría del corredor, intentando que no se te clave contra el dedito contiguo. Las uñas que poseemos. Si tienes estómago, sigue.

Amén del sufrimiento al que las sometemos con el calzado de diario, las maltratamos un poco más. Una zapatilla mal escogida, o un empeine ancho que ocupa toda la volumetría del interior de tu zapatilla. O media talla corta. O entrenamiento en el que abundan las bajadas o los peñascos, esos amores nuestros que damos de puntapiés. O son pisadas por esos niños tiernos que corretean a tu alrededor mientras estiras en el jardín de casa. Correr se hace con los pies y no hay manera de evitarles esta paliza.

Se dará el caso que estés pensando “Ah, pero yo, que soy minimalista, no sufriría esas constricciones de la zapatilla”. Puedes tener toda la razón. Hay otros factores tales como el modo de cortarlas. Pero al final son el colofón a esas ásperas plantas del pie con las que pisas durante kilómetros.

En ocasiones lees sobre el final de algunas piezas de tu cuerpo. Evolutivamente ya no tienen sentido cosas como las muelas del juicio o el dedo meñique. El trabajo físico desaparece tras dos millones de años de adaptación. ¿Las uñas de los pies? Está por demostrar que sirvan para algo más que pintarlas (¿tú no te las pintas?) o engancharse a los calcetines o medias, produciendo destrozos en todo lo que tocan.

Bueno. No tocan. Rasgan.

El entorno del corredor está ya acostumbrado a esa estampa veraniega. Digno de un reportaje de Discovery, el modo en que te sientan las sandalias te lleva a tu esencia más pura. El bosquimano o, mejor, el bosquipie.

Pero no es conveniente alucinar. Perteneces a un entorno urbano chanclero. Mostrar esos mejillones muertos y mal recortados es incómodo. Existen multitud de consejos sobre podología casera. Es cierto que no todos atesoramos tiempo para visitas a especialistas y muchos tiramos de remedios caseros.

No sabría decirte. Por un lado me siento en el deber de avisarte. Te has adentrado en un deporte muy agradecido y vistoso, como se suele decir, de puertas para fuera. También debes prepararte para el shock de ver tus lindos piececitos alejados de las fotos de algunas modelos de zapatos para Giuseppe Zanotti. Pero, ¿no te da eso un aire más salvaje?