1. La consecución de esa nómina de 20.000 corredores inscritos deja a la ciudad bien asentada en un núcleo de ciudades-maratón. Nunca hasta ahora se había celebrado un maratón tan grande en nuestro suelo. Habían estado cerca los organizadores del Maratón de Barcelona en un par de ocasiones.

Pero esa barrera de los veinte mil, que separa psicológicamente el hacer bien las cosas del exitazo, ha caído este fin de semana. Es solo una cifra pero es mucho más que un cambio de número. Es la entrada en un club. Tras los eventos ‘treinta mil’, a saber, los siete grandes (Boston, Chicago, N.York, Tokio, Londres y París), vienen las carreras de Osaka, Honolulu y Los Angeles.

Todos ellos, maratones de veinte mil corredores. Todos ellos destinos de ciudades a las que se viaja, por qué no, con la excusa de correr un maratón.

2.Y es que viajar para correr fue uno de los conceptos que se adaptó con urgencia y rotulador rojo al proyecto de Barcelona. Hoy día existen fuertes apuestas turísticas arropando los maratones de Valencia, Madrid y Sevilla. Pero el equipo de RPM Racing/ASO tiró de un ideario claro: Barcelona era una ciudad percibida por europeos y americanos como un destino de primer orden.

Más que una ciudad, casi una etiqueta. Ved si no a Woody Allen rodando películas o el planeta entero admirando a Gaudí. Modernismo, Mediterráneo, calidez, la ciudad del diseño y de los Juegos de Barcelona eran valores que no se podían perder.

3.Aunque de una manera muy tangencial, Barcelona’92 hizo mucho por el maratón. Colocó la ciudad en marcha y también hizo sacar las miserias a la vieja carrera. Estoy seguro que alguien lo entendió así e intentó hacer girar la carrera hacia otros escenarios. Quizá se vio sepultado por una década difícil y terminó desinflado o superado.

Lo ineludible es que, de repente, se duplicaron los corredores inscritos en el maratón de marzo de 1992 pasando de tres mil a más de seis mil. Era el tirón indudable de los Juegos que se celebrarían apenas cuatro meses más tarde. Un tirón relativo. Sí, se optó por un recorrido que aguantaría tiempo en cartel.

Pero el impacto en la carrera fue la transmisión de la etiqueta ‘barcelona’ por el mundo. Por esa lista de ciudades en las que ocurrió algo energético, único y cien cosas más.

4.El momento del gran batacazo tiene que figurar como un punto crucial. Si la ciudad no entendía que necesitaba su carrera, quizá es que nadie deseaba lo mejor para la ciudad. Se habían sacado 30 kilómetros de la carrera fuera de Barcelona por satisfacer al tráfico rodado. En 1996 corrían más de 28.000 personas en París y puedo asegurar que todo el centro de la ciudad estaba supeditado al maratón.

El punto sin retorno lo marcó la falta de participación. O al menos no conseguir objetivos que alguien se habría marcado dentro de la Comisión organizadora. Viendo las consecuencias (la suspensión de la carrera en 2005), se asumió que había que cambiar de patrón.

5.Y se terminaron los ochenta. Todo aquello que funcionaba en los años ochenta quedaba en entredicho. Durante años el maratón (la marató, no perdamos la perspectiva) fue una criatura de su tiempo. Sobrevivió sólida y generó una cultura del correr popular. Desde Ramón Oliu al doctor Pere Pujol, de Elisenda Pucurull a Quima Casas, Benito Ojeda y un anónimo Allan Zachariassen.

La época de los maratonianos en tirante, bigote y barba resistieron como espita deportiva por la que se escapaba la tensión diaria. Esa época fue fundamental para ver crecer la generación de niños que tomarían el relevo. Siempre digo que los trotes de mi padre hicieron más por mi afición que las campañas del Consejo Superior de Deportes.

El problema es que, en un momento de ruptura, ya no bastó con el apoyo técnico de una Federación de Atletismo y el entusiasmo de un club de aficionados al maratón. Tocó despedirse del asociacionismo. Al menos, entenderlo a otro nivel. La situación exigía entender la escala de la carrera. El comercio total de una marca que se pudiera exportar. El juego de presupuestos que entran y salen desde un maratón.

Existirán otros momentos importantes pero es posible que ahora no nos acordemos de ellos. A lo mejor es porque no han trascendido tanto como los teníamos considerados. Recordemos, veinte mil dorsales en un maratón en España.