Todos los participantes tenemos alguna anécdota para contar. Algunos sufrimos en nuestras carnes el caos de los camiones de ropero del maratón de Madrid de 2013. Esas colas que se asemejaban a los repartos de comida de los campos de refugiados de ACNUR.

Otros, han pagado por una carrera con avituallamientos y les han dejado unas cajas en el suelo con botellas de agua sin abrir. Alguno pensó que toda aquella parafernalia de pedirle contraseñas de entrada en la página de inscripción le llevaría a un mundo de seguimientos online y de chips y demás. No. No todo lo que reluce en el mundo del correr es oro.

Y un día se me ocurrió que la catarsis debía ser absoluta. ¿Cuál era la peor carrera 'filipidea' del mundo? ¿Era posible llevarla al extremo de pobreza y malas artes?

Era, efectivamente, posible. De un modo total y sumario.

Salida de El Peor Maratón del Mundo

La historia dice que un día de mal tiempo de enero de 2009 -creo que era enero, no me hagáis mucho caso- nos debíamos encontrar en una boca de metro de un polígono industrial de Madrid. A hora temprana. No habría dorsales. Ni línea de salida. Ni megafonía. Ni garantías de que el recorrido se pudiera seguir. Era tal la apuesta, que ni había recorrido publicado.

Beberíamos en algún bar. Comeríamos lo que surgiera. No habría responsabilidad dado que la organización caía en manos de un irresponsable. La cosa terminó de noche. Cuarenta y dos kilómetros más tarde. Nos habíamos avituallado con vino caliente con canela, como los alemanes recios. Habíamos hecho muñecos de nieve, cruzado por medianas de avenidas a oscuras, y gateado por la hierba que queda a la umbría de la novísima catedral de la Almudena.

Las redes se hicieron eco de aquella patochada. La época dorada de los blogs hacía que los comentarios se agolpasen ante un hecho. La existencia oficial y pública de la peor carrera del planeta. El Peor Maratón del Mundo. Todos los derechos registrados en la servilleta de un bar de Nueva Numancia.

Muñeco de nieve en mitad del maratón

¿Sabéis qué?

Se presentó gente. Y fuimos inmensamente felices. Y hubo una segunda edición de una todavía peor 'Peor Maratón del Mundo'. Por las desiertas calles de la T4 del aeropuerto de Madrid y las zonas industriales que un día produjeron bienes de consumo y que ese día producían sonrojo. Tipos ataviados como bailarinas frioleras en mitad de la rasca nocturna. Y, no contentos con eso, una tercera versión autodestructiva, a la que ya no se le podían quitar más cosas. Pero seguían mirándose aquellas idioteces como la expulsión de detalles superficiales. El mundo del correr empezaba a pensar sobre su limpieza espiritual. Aunque se cansó pronto. A la vista está.

Porque todo era añadir. Era sumar detalles gamberros a la simple y lisa delicia de salir a correr. Por donde fuera. De eso se trata. No hay mejor ni peor. Solo hay que hacer cosas.