Corrían los años 90 cuando unos desocupados con una afición maravillosa nos metieron en la aventura de correr cien kilómetros en un tiempo límite de veinticuatro horas. Fue una noche en que el estadio Santiago Bernabéu se inundó por una tromba de agua que coronaba la final de la copa del Rey de fútbol. Esa misma noche unos centenares de deportistas colocaban mayúsculas y ribetes de oro a lo del correr.

Unos habían, incluso, venido desde el acuartelamiento Alejandro Farnesio de la legión española. El famoso Cuarto Tercio de la Legión. Unos tipos que se especializan en asalto aéreo y operaciones aeromóviles. Decidieron añadir a sus habilidades la de organizar una prueba a pie.

Si en Madrid se corrían cien kilómetros, los legionarios añadirían uno. Y surgió el espíritu cientounero.

El entonces capitán Óscar Pajares montó en las serranías y valles de Málaga una prueba diferente. Era 1995 y muchos no teníamos claro por dónde tiraría el movimiento del correr. Todo olía a maratones, los avituallamientos eran vasos de plástico y lo que importaba era dejar expedito el recorrido. Correr lento aún era peyorativo de hacer footing, la variante vintage del running actual.

El recorrido discurre por sitios como Setenil de las Bodegas, Alcalá del Valle, los bosques de montaña de la serranía de Ronda y el comienzo de los pueblos blancos. Por supuesto, había un elemento diferenciador: desde el primer momento en que uno accede al saturadísimo sistema de inscripción y es aceptado como participante, el lenguaje y la militarización del Tercio lo pueblan todo.

Los dorsales son entregados por legionarios de uniforme. Las oficinas y transportes salen de la logística y mobiliario legionario. Se saluda por mandos. Se contesta ‘afirmativo’ y se despacha con una rápida directiva. Todo es un engranaje que te empieza a rodear y por el que solo hay que dejarse acomodar.

En un cruce, en lo alto de un camino, soldados como montañas que te gritan “¡Pasaporte!”. Aljibes rodantes de campaña para mitigar la sed. Evacuación en cualquier medio mecánico —desconozco si incluso blindado— en caso de emergencia. Tiendas de campaña con redes desplegadas para acoger gigantescos avituallamientos.

¿Exageración? ¿Un evento sobredimensionado?

Ni parafernalia ni exceso. Es sencillamente todo lo que rodea a una prueba a la que asisten ocho mil deportistas, de dos especialidades con una logística tan compleja como la bicicleta de montaña y el correr de larga distancia.

Todo este engranaje al que nadie osa a sacarle fisuras es necesario. Cuando uno es arropado por media docena de legionarios en mitad de la noche, encaramados en un cerro y sirviendo a los participantes, se entiende que todo está organizado en su justa medida.

De tal modo que uno comprende que la pasión cientounera sí exista. Durante todo el año se afilan los dedos para conseguir un dorsal en internet. Quedan fuera otros veinte mil aspirantes y que tendrán que tentar a la suerte doce meses después.

Quizá otra organización habría pensado que tal caramelo no se podía dejar escapar. Se habría roto el equilibrio cientounero y la masificación podría haber echado a perder la prueba.

Pero se llega al cuartel general en Montejaque y cada uno tiene su cena dispuesta. Se alcanza la tremebunda ‘cuesta del cachondeo’, medio kilómetro que asciende desde el fondo del ‘tajo’ hasta el centro de Ronda, y cada adoquín está en su sitio para clavarse en los pies.

En la Alameda se recibe sin pausa el reconocimiento por haber llegado a meta en condiciones. Los parkings habilitados por toda la ciudad o los pabellones deportivos donde las esterillas acogen a miles de participantes. El orden de la Legión da tranquilidad frente a la bestia sofocante a la que nos enfrentaremos.

¿Has pensado en esta prueba pero te echan para atrás todos los condicionantes del calor o los kilómetros?

No es una monstruosidad aunque sí es extremadamente dura. El calor, ese primer calor de mayo, castiga las cabezas y los balances de hidratación del personal. Correr y caminar podría ser tan normal como quisieras.

Tienes veinticuatro horas para terminar los ciento y pico kilómetros. El ser humano es resistente antes que veloz. Ronda, la ermita de Benaoján o la Torre del Moro son hitos que llevan siglos viendo gente a pie, más o menos cansada. Pero un entrenamiento sólido aproxima mucho el reto a lo posible. Tú verás.