Pues sí. Aquí estoy, un tiempo después de haber corrido la Madrid-Segovia, deseando enfrentarme de nuevo al reto de superar otros 100 kms, cuando no hace ni cuatro años que corrí por primera vez una carrera de 10 kms.

Pero no quiero que te equivoques. Este no es el típico artículo que te intenta convencer de que puedes correr un ultramaratón entrenando 6 semanas sin experiencia previa, o de que en menos de un mes puedes correr como un profesional, ¡todo lo contrario! Lo único que pretendo es hacerte llegar el mensaje de que, si quieres, puedes. De que, si deseas algo con todas tus fuerzas y pones todo de tu parte seguro que puedes conseguirlo. Sólo hace falta regularidad, ganas y mucha cabeza (más de la que yo tengo, a ser posible).

A lo que iba. En mi caso, todo empezó hace poco más de cuatro años. Empecé a correr, casi por casualidad, y pronto me picó el gusanillo. Primero, vinieron las carreras de 5 kms, luego mi primera carrera de 10 km… Y entonces me lesioné. Porque eso es lo que pasa cuando entrenas sin ton ni son, sin ningún tipo de guía o entrenador, que la lías. En mi caso, fue una fractura de estrés en el isquion derecho. Fue durante aquella lesión cuando comenzó a obsesionarme la idea de correr un maratón.

Alma Obregón en la Madrid-Segovia de 2014

Un mes antes, había sido voluntaria en el Maratón de Frankfurt de 2010 (viví allí aquel año) y me impactó tanto entregar las bolsas del corredor a aquellos hombres y mujeres que tenían la valentía de afrontar 42 kms, que supe que algún día tenía que ser yo la que recogiera el dorsal, la que se pusiera las medias de compresión, la que se enfrentara a esos 42 kms.

Pasaron casi dos años hasta que empecé a entrenar con cabeza. Sí, reconozco que durante más de dos años salí a correr casi a diario, durante una hora, sin calentar, ni estirar, ni hacer series, ni tiradas, ni saber nada de nada. Mi única meta era correr un maratón y para eso pensaba que lo suyo era correr y correr.

Con esa preparación me enfrenté a mi primera media maratón y sufrí, ¡cómo sufrí! La completé en 1h 56 y vi más cerca el maratón. Pero no mejoraba. Corría y corría y no pasaba nada: mejoraba la resistencia pero no mejoraba las marcas y me dolía mucho la cadera.

Y entonces un día conocí a la persona que me iba a llevar a correr mi primer maratón: Iván, un amigo tuitero de Zaragoza que contaba con numerosos maratones a su espalda y que se ofreció gentilmente a entrenarme de cara al Mapoma de 2013. Gracias a él empecé a entrenar con cabeza, estirando, mirando mis pulsaciones, combinando rodajes con entrenamientos más técnicos, tiradas… y la mejora fue evidente. En poco tiempo había rebajado todas mis marcas y, finalmente, corrí el Mapoma, finalizando en 3h55.

Crucé la meta sabiendo ya que quería repetir. Una semana más tarde, inmersa en la lectura de Correr Comer Vivir, de Scott Jurek, me inscribía al Maratón de Valencia. Me había gustado tanto el maratón que soñaba con correr algo más largo, mucho más largo. Pero mientras tanto seguí con los entrenamientos de cara al maratón, lo que me permitió bajar mi marca hasta 3h38.

Corrí el Maratón de Sevilla en febrero de 2014 en 3h32, y crucé la meta soñando ya con los 100 kms del Sahara para los que estaba inscrita. Y seguí entrenando, esta vez con un entrenamiento específico para el reto al que me iba a enfrentar. Dos meses más tarde viajé a Túnez a cumplir un sueño: correr por el desierto.

Sufrí muchísimo, sobre todo por las ampollas y heridas en los pies, pero también disfruté como nunca con la experiencia. Creo que hay pocas cosas comparables a la sensación de correr por el desierto, sola, sin más compañía que tu camelback y las banderas que señalan el recorrido.

Finalmente, el pasado junio corrí por primera vez 100 kms en una carrera que organiza Intermón Oxfam, la Trailwalker. Se trata de una carrera por equipos en la que lo más importante es alcanzar la meta al completo. Hubo momentos duros cuando se lesionó nuestra compañera Laura, pero finalmente alcanzamos todos juntos la meta y la sensación de satisfacción al terminar fue tal que me di cuenta de que nada ha cambiado desde aquel momento en que soñé con que un día correría un maratón.

Sigo manteniendo la ilusión en superar cada vez un nuevo reto y, sobre todo, me he demostrado a mí misma que da igual que me pasara 25 años de mi vida sin correr, porque con constancia y buenos consejeros todo es posible.

Así que, quizá algún día, me enfrentaré a las 100 millas. Y es que, al final, lo importante es luchar por tus sueños, porque, si no lo haces, nunca se harán realidad.