1.- Experimentar dolores extraños en lugares claves que amenazan con amargarnos la mañana.

2.- Minutos antes de la salida, visitar los baños portátiles conteniendo la respiración y con el firme propósito de no mirar al fondo del agujero negro del retrete pero... ¡hacerlo!

3.- Quedar con tus compañeros del trabajo para correr juntos… y no encontrar a nadie. O volver a casa juntos en coche… y no encontrarlos.

4.- Serpentear en busca del hueco que te permita huir del embudo de la salida, rodeado por una nube de codazos y zancadillas involuntarias.

5.- Notar que te has pasado con el desayuno. Que tomar zumo no fue una buena idea y que quizá podrías haber prescindido de la leche. O notar que te has quedado corto con el desayuno. Que las piernas no responden y que la ‘pájara´ amenaza con jugártela.

6.- Romper a sudar demasiado pronto y darte cuenta de que te sobra ropa.

7.- Averiguar que correr con una camiseta nueva no es una buena idea y menos aún estrenar zapatillas.

8.- Echar de menos esa braga que tan bien protege tu maltrecha garganta.

9.- Medir mal tus fuerzas. No saber dosificarse y llegar desfondado a la mitad de la carrera.

10.- Experimentar esa irrefrenable llamada de la naturaleza en forma de retortijón sin atisbo de escondite donde dar rienda suelta a tan acuciante necesidad.

11.- Hablar, hablar y hablar sin parar hasta que el flato te la juega, dejándote doblado.

12.- Acelerar sin control en las pendientes sin recordar que todo lo que baja… también suele subir… y morir en las cuestas.

13.- Esquivar las botellas de agua vacías que arrojan contra el asfalto los corredores sin pegártela en el intento.

14.- Evitar la tentación de subir y bajar los bordillos para intentar adelantar, poniendo en riesgo la integridad de tus tobillos.

15.- Descubrir que los últimos kilómetros de la carrera son cuesta arriba para más gloria de los ‘finishers’.