Y además la luz y los paisajes de montaña son particularmente bonitos y atractivos. La minoría a la que le gusta correr y andar ligero por la montaña se encuentra en la mejor época en la mayor parte de Europa.

En realidad puede parecer la estación más segura: entre octubre y marzo  los accidentes en montaña son menos numerosos que en época de buen tiempo.

En esta última se demuestra que están de moda los deportes de naturaleza y que seguir promocionando las actividades no necesariamente va en favor de la salud del entorno, ni de los practicantes de las mismas.

Es posible que además los accidentes -y la agresión al entorno- sean menores con relación a la cantidad de gente.  Al fin y al cabo, las zonas de montaña se ven libres de turistas y de los que sólo hacen deporte en vacaciones y reciben mayoritariamente a gente sabe lo que hace y por dónde se mete.

Aun así, la sensación, sin disponer de datos, es que en los meses que van de octubre a enero - la mayoría en otoño, el invierno empieza el 21 de diciembre- se concentran la mayor parte de los rescates.

Por experiencia propia, y la de conocidos la secuencia que termina en una mala experiencia o rescate puede ser así:

Ya ha acabado el verano y las temperaturas son más agradables. Consultamos la previsión del tiempo y hay poco riesgo de lluvia, y en esta estación las tormentas son menos probables.

Es el momento de salir en solitario a hacer ese recorrido que reconocimos en verano o al que hemos echado un ojo en el mapa.

La temperatura por la mañana en el parking es de cero grados, pero ya a las 12 sube hasta 10, y tampoco es cuestión de pasar demasiado frío en las alturas. Es buena hora para dar comienzo a la actividad.

Las primeras nevadas y heladas ya están aquí, aunque desde el aparcamiento el circuito parece perfecto, con unas pocas manchas de nieve en las zonas altas o invisibles, pero previsibles y poco preocupantes. La temperatura es perfecta y se asciende deprisa; sudamos poco, con los dos o tres litros de agua llegaremos hasta la fuente.

El verdadero problema empieza en subidas y sobre todo bajadas en las zonas umbrías: si hay un poco de nieve es probable que sea dura y que las rocas tengan una capa de verglas.

Y en otoño, cuando aún hay días en que paseamos por el valle en camiseta, no salimos a correr con todo el equipamiento invernal. Pasar por estas zonas sin sufrir un resbalón va a provocar que se dispare  el horario de la actividad.

Si hemos salido ligeros a correr -o movernos rápido al menos- esperando invertir unas pocas horas, al menos se convertirán en el doble.

Además de los problemas de agua y alimento de un horario más largo, días más cortos tienen el inconveniente de que se hace de noche pronto. A un tipo curtido en estas cosas nunca se le olvida un cortavientos y una linterna frontal  y lo que preocupante es que con la bajada de las temperaturas, el terreno se convierte en aún menos confortable y seguro.

¿Y la fuente dónde íbamos a rellenar el agua, el tercer elemento junto a luz y abrigo de imprescindibles? O estaba tapada por nieve, o helada o seca.

Un poco de neblina y caminos desdibujados por lluvias recientes o nieve crean la tormenta perfecta: estamos perdidos y se avecina una noche al raso.

Lo sensato sería quedarse quieto y esperar a que amanezca, pero seamos sinceros: ninguno vamos a hacerlo y ahí, con las prisas y en medio de la poca visión se sienta la base del rescate, o de la noche agotadora.

También hay quien sale a correr por caminos de montaña sin mirar el tiempo, llevar agua y un cortavientos y el entrenamiento adecuado. Pero esos necesitan un curso de prudencia básica, no unas líneas en un artículo.