1. Tendón de aquiles irritado, inflamado, sobreentrenado o sobrecargado. El Aquiles te ‘retrata’ según pisas, según impulsas o según cae tu peso sobre sí. Podría ser el líder de este equipo de superhéroes molestos. Es, quizá, el tendón que más tensión soporta en cada zancada.

Haz el bestia dos semanas seguidas, sal sin calentar, carga tu cuerpo con una buena sesión de asfalto semana tras semana y ahí estará como ese amigo fiel. El truco es escucharle de vez en cuando y ser variado en tus hábitos.

2. Rodilla. Toda la gama de -osis e -itis posibles apellidarán a las dos columnas que sostienen tu peso. La rodilla, como muchas otras articulaciones, se rodea de músculos. Si no los fortaleces, el trabajo pasa a la articulación. Es un complejo manojo de ligamentos que han de vivir en paz en la medida de lo posible.

Sin giros bruscos, impactos continuados. Pero nos dio por correr y les toca trabajar extra. Al menos, cuidémoslos. Si no, en poco tiempo, verás tu final como jovenzuelo y tu paso a carraca mal engrasada. Nada da más pena que un joven treintañero que tiene que dejar de correr con la sintomatología de un septuagenario.

¿Por qué nos lesionamos?

3. Periostitis. El tercero de los grandes dolores, el tercero que solamente localizamos en las piernas. Y qué importante es comprender que toda la carga va al impacto de las mismas. El periostio es una membrana que rodea cada hueso. Es mucho más que donde te das los porrazos contra los picos de la mesita, o con el pedal de la bici.

Esa membrana que cubre tu tibia se irritará cuando tu pisada esté saliéndose de madre o aumentes los kilómetros sin cuidar el fortalecimiento. O sea, lo de siempre. Es mucho más difícil que a un corredor le duela el periostio de, por ejemplo, un cúbito.

4. Fascitis. Dolor de nombre políticamente incorrecto. Pero corregible. ¿Qué es? Mírate la palma de la mano y tira de los dedos hacia detrás, si eres un simio lector de este blog. O mira la planta del pie y haz lo mismo si ya evolucionaste aunque sigas leyendo este blog.

Bien. Ese manojo de tendones de tu planta del pie se irrita por lo de siempre. Demasiado trabajo por algún problema con la cantidad de impacto que soporta la planta de tu pie. Y en el modo en que es capaz de recuperarse de cada trote. No quiere decir que tengas que hacerte plantillas o pasarte a otra tendencia de calzado. Quiere decir que te has pasado. Reparte las tareas y descansa y tus fascias lo agradecerán.

5. Flato. Dolor, dolor… ¡qué leche, es un dolor! La descompensación de la membrana que recubre los pulmones, el diafragma, con el estómago. Asociado por lo habitual a la última digestión, en nuestro caso el problema es tener los pulmones arriba y abajo por encima de nuestras posibilidades.

Lo comúnmente llamado “ir pasado de revoluciones”. Detenernos, respirar bien y ajustar membranas y órganos internos. ¡Qué asco y qué gore!

Un corredor sufriendo de flato

6. Agujeta. El dolor que todos hemos tenido. No es un dolor inmediato al correr. Llega cuando tenemos que hacer vida normal. Llega un lunes, que es cuando más fastidia. Tenemos tal cantidad de desechos celulares en los tejidos musculares después de un esfuerzo intenso que la inflamación muscular nos deja hechos unos zombies.

La rotura de paredes celulares parece inevitable en el correr así que poco podemos hacer contra esta reacción salvo mantener nuestro sistema de evacuación de desechos sanote. Lo del agua con azúcar de nuestras madres o el entrenador Mulligan no funciona.

7. Rotura de fibras. Los músculos en general tienen un límite. Cosa que no ocurre generalmente con esta secuencia de ‘retos’, ‘objetivos’ y demás conceptos relativamente útiles que te rodean. Cuanto más flexibles y preparados estén tus músculos, mejor. Cuanto mejor los calientes y los uses con más cabeza, mejor aún.

Cuanto más berzotas seas y fuerces la máquina, más riesgo de un ‘chas’. Si diese consejos para poder retrasar la aparición de la rotura, te lanzarías inmediatamente a forzar en tu ‘running’. Entresaca de este punto siete lo que más utilidad te resulte.

8. Pubis. A Elvis le denominaban ‘la pelvis’ por cómo se movía en el escenario. Bien. Ahí, al lado de ‘tu más delicado tesoro’, se acumulan los cables más gordos en el mecano de Barbie o Geyperman que es tu cuerpo. Unen las piernas con el tronco. Este asunto no es baladí. Las pubalgias muestran un desequilibrio entre lo que ‘tira para abajo’, tu músculo aductor, y ‘lo que tira para arriba’, o paquete abdominal.

Si tienes un muñeco a mano, desmiémbralo tirando de una pierna. Lo comprenderás mejor. Correr mucho, mal, tener poco trabajado el tan llamado núcleo del cuerpo (el famoso ‘core’) o cualquier desarreglo que venga del exceso de tus entrenamientos, todo son papeletas para que estés una temporada con los bajos tocados.

9. Cervicales. Cuidado con ellas. La rigidez de correr sin relajarte o la carga de mochilas en altos kilometrajes podrían inducirte ese dolor tan característico de los que montan en bicicleta. No estaría de más que aprendiéramos a correr, llámalo encontrarte con un entrenador de atletismo o lanzarte en manos de un monitor Chi.

Cada día se ve más gente (dejando de lado el correr Chi) haciendo más horas con cómodas pero artificiales mochilas. Al ser los mismos que cada día empleamos más horas frente a un ordenador o en trabajos repetitivos, la combinación podría darte más de un quebradero de cabeza.

10. El dolor de cabeza que generas en los demás. Tenía que decirlo. Tu pasión desmedida (demostrable porque has llegado al final de esta columna) causa quebraderos de cabeza a tu entorno más cercano. ¿Y si hablas de otro tema que no sea correr, para variar?