El otoño trae consigo algo más que depresión. Sí, llueve, los días empiezan a ser mas cortos, las calles quedan vacías cada vez más pronto y no hay a quien convencer de entre todos esos amigos que hiciste en el verano que sí, que se pueden seguir quemando suelas mientras las hojas caen de los árboles. No entienden que un par de capas más son posibles y, en su afán de tener la razón, te dicen que las camisetas solo son para el verano.
El fresquito va llegando y, por suerte, trae consigo algunas cosas que no deberías dejar pasar. Vivimos en un lugar en el que cada otoño trae consigo la eclosión de unos seres diminutos que, desde la naturaleza, pasan a llenar nuestros buches con sabores variopintos. Ya no es temporada de estar “a por uvas”; el otoño es el momento de que te manden “a por setas”.
Seguro que si piensas en setas, automáticamente te trasladas a la época de nuestros abuelos, en los que había que buscarse la vida de alguna manera y todo lo que salía del suelo se podía comer... o se tenía que comer. En tu familia fijo que hay alguien que, cuando llega esta época, se pasa los sábados con el bastón en una mano y la cesta en la otra, paseándose por los bosques y montes de nuestra geografía mirando al suelo a ver que manjar consigue encontrar. Seguro que les ves en tus salidas habituales apurando las últimas tiradas de trail y no entiendes como se lo pasan tan bien.
Esta gente disfruta igual que tú: su ritmo será más lento, pero sus paseos por el monte les mantienen en forma y, al llegar a casa, se dan el gustazo de cocinar lo que han recogido, mientras que tú tienes que dejarte caer por el bar más cercano a hacer la correspondiente post sesión. Tanto si corres como si no, aportarle setas y hongos a tu dieta te traerá beneficios: son una importante fuente de proteínas y de sales, así como de fósforo y hierro. Además, si eres tú quien las recoge puedes quedarte tranquilo de que no hay más procesos que la propia naturaleza en su nacimiento y desarrollo: sin suplementos ni cosas raras, producto 100% sano (si comes las que tocan).
Como digo, nuestro otoño húmedo y cálido hace que, en estos meses, tengamos algunos de los frutos de la madre naturaleza a un paso. Cualquier bosque de coníferas es un lugar ideal para pasearse y encontrar de vez en cuando alguna preciada pieza de boletus. Salteados sin más ya son un gran acompañamiento, aunque también combinan a la perfección con las coles de Bruselas, dando un punto dulce al amargor habitual.
Si no hay suerte tampoco desesperes, porque la más habitual de las setas en la península es otro manjar: podemos llamarle níscalo, rovellò, pebrazo o fungo da muña, pero siempre será una de las piezas más sabrosas que podamos encontrar. No en vano, su nombre científico es “Lactarius deliciosus”. Es también una de esas piezas que con un toque de ajo y perejil quedan de rechupete, pero su carne pide que la estofes a gritos. No queda bien esto, pero una tirada larga ideal por el valle de Lozoya pide acabar en la zona de Rascafría, degustando unas costillas con patatas y níscalos. Háganme caso.
Tampoco me quiero dejar a esos que no ven más que llano y que el único pino que ven durante el año es de plástico y para las fiestas. Si lo tuyo es la llanura y tu paisaje está lleno de cardos, espera un par de semanas. Las plantas se secarán de aquí a poco y la humedad traerá consigo otra joya como la seta de cardo. Hechas al ajillo o en una tortilla aportan sabor y nutrientes a punta pala. Si tu ruta incluye una dehesa, las vacas te harán la mitad del trabajo.