Quién no ha deseado saber qué demonios se cuece en esa cuesta que rompe los corazones. Heartbreak Hill es la famosa colina que media el maratón de Boston. Probablemente será una más de las ondulaciones de las calles de Massachussets pero alcanza una repercusión similar al Macondo de García Márquez o a los huertos de la desolada Alemania que describió Günter Grass.

El territorio ubérrimo de Guipúzcoa posee unas cuantas de esas toponimias míticas. Desde la bajada de la Cueva de San Adrián en el maratón de Zegama-Aitzgorri, al hipódromo de Lasarte o ese puertecillo que se atraviesa en tu garganta cuando corres por la periferia de San Sebastián en tu Behobia.

Panorámica de Zumaia

 

Pocos sabrán que hace 75 años se empezó a correr una de las pruebas más antiguas de Europa en campo a través, en Zonortza, Amorebieta. Pero las campas de Jauregibarria llevan viendo a los nombres míticos del atletismo mundial.

En los deportes más populares la masa ruge enfervorecida en esos puntos. El ciclismo es otro de los salones de té donde sentarse a ver sufrir. En las curvas de los puertos del Tour se apiñan mitómanos del Aubisque o de Alpe d’Huez. En los muros de la Vuelta a Flandes como el Kapelmuur, el aficionado sujeta una taza de vida mientras los deportistas se presentan a la ‘pequeña muerte’ del sufrimiento épico.

Y el running dichoso y sus millones de practicantes se acomodan a esta imaginería colectiva. La cuesta por la que miles de corredores aspiran a arrastrarse subiendo el último kilómetro de los 101km de Ronda es la ‘cuesta del Cachondeo’. Si alguien quiere dejarse arrastrar por los cantos de sirena de ese lugar mágico, es solo cuestión de leer más y más. De visionar videos y de inscribirse.

Participantes en los 101 kilómetros de La Legión de Ronda

¿Filisur? ¿De qué demonios me estás hablando? Es una comuna canija de cuatrocientos habitantes. Rodeada de picos en los Alpes suizos, queda conectada con las demás localidades por un viaducto ferroviario que ni aparece en los mapas.

Pero es el paso del Swiss Alpine trail de Davos (del que hablaremos pronto). Miles de corredores transitan por una pasarela de un metro mientras el vacío y las vías reorganizan tus parámetros de vértigo y disfrute de tu existencia.

Tener referencias sonoras es un signo del ser humano. Deidades, ídolos, resonancias épicas o un simple póster en tu habitación, se acomodan a esa inferioridad eterna del habitante del planeta. Pero hay algo que nos acerca a los grandes personajes mientras que nos hace fijar en lugares casi escondidos. Somos contradictorios hasta para nuestra adoración.

Solo un comercial que pasa sus días en la carretera sabe dónde caen Siete Aguas, Zegama, el barrio de Canillejas, la carretera que une Sevilla con Los Palacios o Toral de los Vados. Pregunta a cualquier corredor que haya hojeado las revistas del gremio de los gastasuelas. Te sorprenderías de la cantidad de geografía que se aprende con el running.

La geografía revolucionaria que reivindica los lugares pequeños. A los que no se encumbra por ránking económico o demográfico sino por méritos emocionales.