Ingerir un vaso de cualquier refresco implica introducir en el cuerpo unas nueve o diez cucharillas de azúcar, entre 30 y 40 gramos, prácticamente la cantidad que la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda consumir en apenas un día.

Una auténtica bomba energética que provoca, no solo un fuerte aumento de los niveles de insulina en el torrente sanguíneo que cuando llega al hígado lo transforma en grasa, sino que se altera de manera alarmante el pH de nuestra sangre. Un enrome impacto sobre nuestro organismo que podría mitigarse si fuéramos capaces de beber 32 vasos de agua, lo que en la práctica resulta imposible.

Pero vayamos por parte. El pH es un índice que mide la acidez o alcalinidad de nuestra sangre en una escala del 0  al 14, siendo en nivel idóneo el 7. Un pH de 7 equivale a un cuerpo alcalino, que es sinónimo de un cuerpo sano. Cuando nos movemos en valores superiores o inferiores, algo falla y corremos el riesgo de enfermar.

De hecho, la acidez es foco de enfermedades y, por tanto, es mala para nuestro organismo. Y cuando esta situación se produce, por ejemplo cuando tomamos alimentos que acidifican el cuerpo, como los refrescos y se altera nuestro pH, la sangre reacciona robando los nutrientes del resto de órganos vitales (como magnesio, potasio, sodio o calcio), para compensar el desequilibro, neutralizar el ácido y eliminarlo de manera segura del cuerpo.

Para que nos hagamos una idea, si el agua que bebemos tiene un pH inferior a 7 se dice que es ácida, si es igual a 7 es neutra y si es superior a 7 es alcalina. Generalmente, el agua que consumimos suele tener un pH entre 6 y 7, mientras que el de la Coca Cola, por poner un ejemplo, es de 2,5. Una acidez que solo es posible compensar si bebiéramos 32 vasos de agua alcalina con un pH de 10. Algo que nadie hace.

El calcio es el agente alcalinizante más potente, de ahí que cuando tomamos una bebida azucarada nuestro organismo ‘tira’ del calcio orgánico de los huesos y dientes y lo vierte en el torrente sanguíneo para neutralizar el ácido en exceso y rápidamente restaurar el equilibrio alcalino.  Lo que, a largo plazo puede tener consecuencias nefastas.

Pero además, el exceso de acidez que provoca la ingesta de refrescos favorece el desarrollo de todo tipo de enfermedades así como malestar general, envejecimiento precoz, cansancio e incluso dolor de cabeza.

Dicho lo cual, no significa que haya que desterrar para siempre este tipo de bebidas de nuestra dieta, puesto que nuestro organismo necesita el azúcar para funcionar correctamente. Sin embargo, su consumo debería ser esporádico.