Tenemos la idea de lo que significa ser una persona triunfadora y buscamos continuamente parecernos a esa imagen. Una imagen probablemente sacada de algún modelo de televisión o la imagen de una persona que tengamos a través de sus imágenes de Instagram.
En principio esta realidad no tendría por qué significar nada malo. Buscamos la mejor versión de nosotros mismos, como dicen ahora continuamente la mayor parte de las campañas de deporte, belleza, salud y todo lo que se asocie a esto, que cada vez son más cosas. Hasta las marcas de coches se quieren ligar ahora a la imagen de una vida activa y saludable.
El problema es cuando esto se convierte en una continua lucha por exigirme una perfección inexistente, cayendo en un juego terrible de autocargas que puede generar un estrés suficiente como para generar estados de angustia y vacío existencial.
Vestimos de autoexigencia algo que en realidad nos exigimos a nosotros mismos pero para los demás. Queremos dar la imagen de persona triunfadora. Para lo cual, construimos enormes metas mentales de lo que tenemos que conseguir convirtiendo en interminables listas de cosas que tenemos que hacer y además hacerlas bien.
Realizamos un esfuerzo inimaginable por vivir de acuerdo a lo aprendido. En términos generales, podríamos decir que en lugar de cubrir las necesidades auténticas, lo hacemos según unas necesidades destructivas con las expectativas actuales o de personas que son significativas.
La autoexigencia por tanto es una arma de doble filo, pudiendo convertirse para nosotros en una herramienta de motivación a ser mejores en lo que realmente queremos, peor también puede ser un maligno juez que nos niega la posibilidad de errar de permanecer en la media, o de lo que es peor disfrutar.
Hoy en día esta autoexigencia con la que vivimos nos ahoga en la incesante búsqueda de la perfección. Una perfección que nunca podremos alcanzar porque somos humanos. Y en vez de entenderlo nos castigamos a nosotros mismos juzgándonos de que no hacemos bien las cosas.
Esta sensación nos paraliza, de tal manera que muchas veces ya no sabemos ni por donde empezar y lo que nos decimos a nosotros mismos es que somos unos vagos.
¿Cómo podemos frenar esa espiral de autoexigencia que nos limita y nos frustra?
1.- Aceptación
Darnos cuenta de que somos humanos, no máquinas perfectas, y por tanto nunca podremos hacer todo bien. Hagamos las cosas tal cual nos salgan, siempre habrá tiempo para modificarlas o mejorarlas. Pero no permitas que el miedo a fracasar, a no hacerlo perfecto, te frene.
2.- Valoración
La vida vale mucho más que intentar hacer un montón de cosas y hacerlas todas perfectas. Porque en ese camino podemos perdernos muchas cosas que puedan parecer no tan importantes pero que si nos parásemos a pensarlo, lo son. Como bien puede ser tomarse un café con una amiga que lo necesita o simplemente escuchar a nuestro cuerpo y que señales nos envía.
3.- Liberación
No somos responsables de todo lo que gira a nuestro alrededor, ni somos el centro del universo. No tenemos un peso tan importante en la vida de los demás como nos creemos. A veces pensamos que de nuestras decisiones dependen otras cosas y somos vitales en los siguientes procesos. La realidad es que si nos diéramos cuenta desde fuera, no somos ni tan protagonistas, ni tan indispensables.