Y no es que me queje, que un poco sí, pero hay que ver lo rarito que es (son en general) y las neuras que le entran. Sobre todo cuando se acerca la fecha del Maratón. Creo que Madonna y Justin Bieber son menos extravagantes y exigentes con los hoteles de sus giras.

Podría pasarme horas y horas detallando las "peculiaridades" que como maratoniano tiene mi marido, pero me han dicho que sea breve y concisa.

Eso sí, me han abierto la puerta para escribir un libro y una posible película basada en las aventuras y desventuras de mi esposo. Os contaré, pues, las más destacadas, que coinciden con los días previos al maratón.

Justo dos semanas antes del maratón empiezan los dolores y afecciones fantasmas:

- ¡Mari! ¡Cierra esa ventana que voy a coger frío! No quiero acatarrarme con el maratón tan cerca.
- ¡Ay cariño! Creo que esta noche mientras dormía se me ha contracturado el tensor de la fascia a la altura de la corva.
- No Pepe, fui yo que te di una patada para que me dejaras sitio en la cama.

Y así mil y una dolencias imaginarias. Que si la rodilla le suena al bajar las escaleras, el gemelo que le tira, el cuádriceps palpitante, el talón de Aquiles agarrotado, los isquios duros como piedras, la junta de la trócola... ¡En fin! Que más que correr un maratón está para que le lleven a un desguace.

Otra manía que tiene es el cuidado de las uñas de los pies. ¡Y cómo no! Yo soy la agraciada a la que le toca la ardua a la par que denigrante tarea de podar esas garras.

-No me las cortes mucho que se me clavan,

- No me las dejes largas que se me ponen negras.

Negra es como estoy yo. Si al menos tuviera una herramienta en condiciones, pero la maza y él cortafríos se quedan cortos. Este año me pido una radial a los Reyes Magos.

La paranoia a hacerse daño en cualquier acción cotidiana es otro tema que se las trae. Cree que en cualquier momento se va a caer y lesionarse. Salimos a la calle agarrados (bueno, él a mí) cual matrimonio del Imserso paseando por Benidorm. La última ha sido que he tenido que pegar pececitos anti-deslizantes en la ducha. Mi abuela de 90 años anda con más seguridad que él en esos días previos.

Las comidas y su estómago de maratoniano también traen cola. Necesito X raciones de hidratos de carbono por aquí, más Y raciones de proteínas. Litros y más litros de agua.

Por no hablar de los complementos, suplementos y demás productos deportivos. Tiene la cocina que parece la alacena de Arguiñano: Vitaminas, sales minerales en pastillas, propóleo para sus defensas, “recovery” para después de entrenar, cartílago de tiburón, ibuprofeno para sus dolores, omeprazol para que él ibuprofeno no le castigue el estómago, Fortasec por si le da la cagalera, árnica montana, caléndula, colágeno... Un día le cambié las pastillas de bote y montó una de órdago.

Y por si todo esto fuera poco, todavía tengo que aguantarle las charlas que me mete. Que si voy a salir a tanto, que si voy a tomar tantos geles, que si espero que no haga mucho viento, que si la lluvia, que si me esperes en el km 9, 16, 25 y 34, no me saques movido en las fotos… Como si a la velocidad que corre pudiera salir movido… Pffffff!!

Deseando estoy que pase el maratón para que me deje un rato en paz. Aunque pensándolo mejor, después vendrán las batallitas de la carrera, y no sé yo que es peor.