Empezar a correr tiene muchas ventajas. A diario nos encontramos cientos de excusas para hacerlo en revistas o webs especializadas. En esos mismos artículos también nos advierten de los mayores peligros de salir a correr aunque, en esos casos, preferimos hacer oídos sordos.

Uno de ellos, el que poco a poco se apodera de todo corredor popular, es la capacidad que tiene el running para engancharnos. Una vez que dejamos atrás la dolorosa fase de sufrimiento, entramos  en el punto de no retorno.

El momento en el que somos incapaces de dejarlo. De la noche a la mañana pasamos de ser más sedentarios que el oso perezoso a calzarnos las zapatillas casi a diario y a meternos entre pecho y espalda series, rodajes largos, cuestas…

El cuerpo, obviamente, acaba resintiéndose y si dejamos de correr con moderación y, sobre todo, con cabeza, aparecen las temidas lesiones que nos obligan a parar durante un tiempo

Cuando eso sucede, dejar de correr no es una opción. Menudo sacrilegio. Nuestro cuerpo y, sobre todo, nuestra mente nos piden ejercicio. No queremos parar y, en la mayoría de las ocasiones no lo hacemos, agravando nuestras lesiones e incrementando nuestra frustración por ello.

Y es aquí donde ir a nadar puede convertirse en una opción más que saludable. ¿Por qué?

1.- Es un deporte sin apenas impacto sobre las articulaciones. Si tenemos la espalda cargada o molestias en la rodilla, salvo contraindicación médica, podemos acudir a la piscina y dar un respiro a las partes de nuestro cuerpo que se encuentran más doloridas de tanto correr. Además, al nadar nos vemos obligamos a trabajar otras partes de nuestro cuerpo.

2.- Nadar es una actividad muy solitaria pero, ¿acaso correr no lo es? Aunque la fiebre del running ha dado como resultado la creación de numerosos grupos de corredores populares, correr sigue siendo una actividad bastante solitaria, al igual que nadar.

Nadar nos permite estar a solas con nuestros pensamientos, desconectar del día a día, buscar soluciones a un determinado problema... Nos permite, al igual que correr, tener ese momento para nosotros mismo, el que tanto nos hemos ganado y tanto necesitamos.

3.- Al igual que correr, nadar nos permite mantener la forma física y, aunque es cierto que se puede perder tono muscular, con el trabajo de fuerza podemos compensarlo. Eso sí, al igual que la primera vez que nos ponemos unas zapatillas, nuestro cuerpo necesita un periodo de adaptación.

De la misma manera que no podemos pretender aguantar más de treinta minutos seguidos corriendo cuando empezamos, tampoco tenemos que pretender liarnos a hacer largos como si no hubiera mañana la primera vez que nos tiramos a la piscina.

4.- A nivel psicológico, cambiar de actividad física –ya sea nadar, montar en bici, patinar...- también puede resultar muy beneficioso. No hay nada peor que la rutina y una manera perfecta para salir de nuestra zona de confort y dar un respiro al cuerpo puede ser nadar.

5.- Cualquier época del año es buena. Si llueve, nieva o las temperaturas han caído bajo cero, las piscinas climatizadas ofrecen las condiciones ideales para nadar.  También durante el verano cuando el calor en la calle es sofocante.

6.- Se necesita muy poco para nadar. Al igual que para correr, el material necesario para darse un chapuzón es relativamente barato y sencillo. El principal inconveniente es que, a diferencia del running, sí estás sujeto a horarios.