Cuando a una persona le preguntan, ¿A qué te dedicas?, y contesta – Soy bailarín profesional-, lo habitual es que le miren extrañados y digan, ¿y aparte de eso? Es el desconocimiento general de una profesión durísima que exige dedicación, disciplina, tenacidad y mucha vocación. Los bailarines profesionales comienzan su formación siendo sólo unos niños y no paran de estudiar y reciclarse durante toda su vida. Al tratarse de una carrera muy corta, los bailarines asumen el reto de tener que buscar un plan b a esa efímera vida de intérprete. Aunque los espectadores sólo ven la parte más atractiva de subirse a un escenario a recibir el aplauso del público, la realidad de un sector desconocido para la mayoría está llena de sombras y escollos que convierten a estos profesionales en auténticos supervivientes. Pedimos a sus protagonistas que nos cuenten con qué problemas conviven a diario.
El cuerpo es tu herramienta
Principal herramienta de trabajo de un bailarín profesional, es por ello que, por mucho que lo cuiden, a veces las lesiones son inevitables. En función de la gravedad de las mismas puede suponerles desde una baja breve de unos días hasta meses de parón, por no hablar de lesiones tan severas que les retiran para siempre de los escenarios. Además de las secuelas a largo plazo de una actividad física tan exigente, muchos bailarines padecen a lo largo de su carrera trastornos alimenticios como anorexia y bulimia, al tener que ajustarse a cánones físicos de extrema delgadez en determinadas disciplinas.
María Concepción Pozo, Médico Especialista en Medicina de la Educación Física y el Deporte asegura que “la danza profesional es una actividad que requiere, a partes iguales, de arte y de capacidades atléticas. Sin embargo, se suelen ignorar los requerimientos fisiológicos y músculo-esqueléticos que le son propios. Este desconocimiento condiciona la aparición de lesiones que el bailarín puede llegar a arrastrar durante toda su vida, así como a ignorar los requerimientos nutricionales para desarrollar con salud su actividad, la cual abarca desde la infancia a la edad adulta, y casi siempre sin la atención adecuada”.
Los elevados riesgos laborales
La danza profesional tiene sus propios riesgos laborales. Si algo preocupa al sector, por la importancia que tiene en el desempeño de su actividad, son los suelos. Muchos lugares donde tienen lugar actuaciones y espectáculos de danza no cumplen ninguna normativa de seguridad en cuanto al suelo se refiere. Esto se traduce en un alto riesgo de lesiones, al tener los bailarines que desarrollar su actividad en pavimentos duros, sin cámara de aire, ni linóleo, con el grave peligro que conlleva para las rodillas, los tobillos y la espalda.
Cristina García, ex bailarina y docente de danza clásica puntualiza que “uno de los problemas es que no están reconocidas en el catálogo de enfermedades profesionales muchas de las patologías propias de los bailarines, como las artrosis debidas al desgaste propio de la profesión. Tampoco existe normativa ISO a cumplir por parte de los teatros o espacios donde se exhibe danza, ni tampoco de los centros oficiales de enseñanzas de danza, (como sí existe para los polideportivos donde se juega al baloncesto, por ejemplo), pues la ley se limita a decir: suelos c, pavimento apropiado para la práctica de la danza, sin especificar más”.
La precariedad laboral
La danza es un sector donde reina la precariedad laboral. La falta de estructuras y compañías estables favorece un mercado inestable donde, en demasiadas ocasiones, se trabaja sin contrato, se paga en dinero negro y se ofrecen condiciones laborales infrahumanas. La escasez de oportunidades obliga a los bailarines a aceptar este tipo de situaciones, aunque vaya en contra de todos sus derechos. Esto se traduce en que muy pocos bailarines profesionales tienen una vida laboral legal y reglada. Las altas cuotas que se pagan en España por ser trabajador autónomo tampoco favorecen la creación de compañías independientes, por el alto riesgo que supone.
Carola Tauler, bailarina profesional, tiene claro el problema: “Después de años trabajando en este sector creo que nosotros sí podemos hacer algo para intentar que estos casos se reduzcan, y es no aceptando este tipo de ‘contratos’, sin olvidar, por supuesto, que a veces y, por desgracia, no tenemos otra opción que aceptarlos por motivos personales. Pero a excepción de esos irremediables momentos tenemos que saber decir ¡No! Muchas gracias, pero no. Y comunicarnos entre nosotros para saber quién puede dañar nuestra profesión. Tenemos que respetar y el respeto empieza por nosotros mismos, todos hemos recorrido un largo camino hasta llegar donde estamos y eso tiene un precio, no sólo económico, sino de honor hacia nosotros mismos y hacia nuestra amada profesión. Sólo nosotros podemos cambiar la cara de la moneda”.
El precio de la cultura
La subida del IVA cultural al 21% ha sido una de las decisiones políticas que más daño han hecho al sector de la danza. El encarecimiento de las entradas, en un momento de profunda crisis económica, ha provocado que poner en pie un espectáculo se haya convertido en algo prácticamente insostenible. El bailarín, coreógrafo y director de Daniel Doña Compañía de Danza explica las consecuencias de la medida: “Han pasado casi cinco años desde la subida del IVA Cultural, el más alto de toda Europa y con la consecuencia de un claro descenso de público. Las Artes Escénicas castigadas también por el cambio en los hábitos de consumo cultural como consecuencia de la crisis, vive momentos límites, la danza en particular está cada vez más moribunda, asfixiada, invisible. Se está cometiendo un genocidio cultural en toda regla. La suma de los factores, crisis y aumento del IVA, está teniendo connotaciones muy serias en la industria dancística.
Han cerrado muchas compañías y se han reducido catastróficamente las oportunidades de empleo en el sector. Las compañías independientes que resistimos lo hacemos con grandes dificultades, el descenso de actividad es preocupante, a esto se le suman gastos que en muchos casos no se han podido amortizar, por lo que los márgenes de beneficio para las compañías privadas se sitúan en estos momentos a niveles alarmantes. Una de las máximas de las políticas culturales reside en que se debe garantizar el acceso a la cultura desde los principios de igualdad y universalidad. Pues bien, la subida de un impuesto de estas características supone una barrera que dificulta la posibilidad de disfrutar, conocer y acercar la cultura al público más joven principalmente, por las rentas más bajas…”.
El permanente reciclaje
Lo habitual es que un bailarín comience sus estudios de danza con cinco o seis años, y termine su carrera profesional como intérprete rondando los 40. Se trata de una profesión con una corta vida, lo que les obliga a tener que reciclarse y buscar otra profesión hasta que les llega el momento de jubilarse. Muy pocos bailarines en activo piensan en ese momento cuando son jóvenes, lo que les deja en una situación de desamparo cuando el cuerpo les baja de los escenarios. Consciente de este problema, va aumentando el número de bailarines que compaginan sus carreras con otro tipo de estudios reglados para preparar la transición a una segunda vida laboral.
Joel Toledo, ex bailarín y actual Asesor de Danza de la Comunidad de Madrid, hace un llamamiento a los profesionales: “Aunque en la actualidad está aumentando el número de bailarines que se preocupan por su reconversión profesional, la realidad nos dice que todavía es algo que no está incorporado de manera automática en la mentalidad del bailarín profesional. Todos debemos ser conscientes de la importancia de compaginar la actividad profesional con otros estudios. Los bailarines deben continuar su formación académica en paralelo para tener otras alternativas a futuro, y las instituciones deben favorecer el proceso de reciclaje con un plan de ayudas específicas para la reconversión. De esta manera, se facilitaría la transición del escenario a una nueva vida laboral”.
Sin jubilación
En países como Francia, con un gran respeto y cultura de la danza, los bailarines profesionales se jubilan a los 42 años y reciben una pensión del Estado. Lo sabe bien José Carlos Martínez, director de la Compañía Nacional de Danza, que desarrolló toda su carrera como bailarín en el país vecino. “Yo como bailarín retirado cobro mi pensión en Francia, ya que allí entienden que es una carrera muy corta y muy dura con fecha de caducidad. Contrariamente en España un bailarín que se retira se encuentra con una mano delante y otra detrás. En el INAEM se está trabajando para poner en marcha un nuevo estatuto del artista, y dentro de los temas que se quieren mejorar está ese reciclaje y esa vida después de la carrera. Aquí todavía estamos estudiando qué se podría hacer, mientras en otros países está más que estipulado, pero al menos existe la voluntad de solucionarlo”.
La falta de un estatuto propio
El gremio de la danza profesional peca de una desunión que les quita fuerza a la hora de reivindicar sus problemas ante los organismos oficiales que corresponden. Sin estatutos ni convenios propios, durante años se han tenido que adscribir a los de profesionales de la interpretación o el circo. Sindicalmente han carecido siempre de la fuerza necesaria para hacer llegar sus peticiones a quien corresponda. Considerada durante mucho tiempo “La Cenicienta de las Artes”, falta una voz clara y representativa del sector.
El desconocimiento del sector
Los bailarines profesionales son grandes desconocidos, no sólo para la sociedad, sino para las instituciones que deben protegerlos. Las particularidades de la profesión hacen que, en muchas ocasiones, los bailarines tengan que luchar solos contra las adversidades. Eso unido al intrusismo laboral y la delgada línea que separa lo profesional de lo “amateur”, complica el correcto desempeño de la profesión. La escasez de infraestructuras y compañías obliga a muchos bailarines a marcharse fuera de España. Es habitual ver españoles triunfando en las grandes compañías de danza de todo el mundo, reconocidos y respetados.
La inexistencia de titulación
Desde hace años los bailarines luchan porque sus titulaciones superiores se equiparen a un grado universitario, petición que, a día de hoy, no han logrado. Sólo el Grado de Artes Visuales y Danza de la Rey Juan Carlos es universitario, cosa que no sucede con las enseñanzas superiores que se imparten en los conservatorios. Esto cierra muchas puertas a los bailarines profesionales que, por ejemplo, no pueden dar clase en Educación Secundaria, dándose paradojas como que sean los profesores de INEF los encargados de impartir la asignatura de danza.
Ana Isabel Elvira, docente e investigadora, ex-miembro de la Comisión de Educación de la APDCM explica que “desde la implantación de la LOGSE, los bailarines profesionales hemos estado luchando para que se reconozca legalmente nuestra formación y se normalicen nuestros itinerarios educativos. Algunos consiguieron la equivalencia entre sus estudios de danza y los estudios superiores regulados por esa ley educativa, aunque sólo lo lograron ‘a efectos de docencia’. Entre los que no lo consiguieron hay muchos con extensas y reconocidas trayectorias artísticas a sus espaldas. En nuestro deseo de normalización, logramos, -junto al resto de las Enseñanzas Artísticas Superiores-, que la formación superior obtuviese el mismo nombre que la universitaria, la denominación de ‘grado’. Pero fue un logro efímero, tras una reclamación judicial iniciada desde varias universidades, perdimos la batalla y el nombre de ‘grado’, aunque nuestra formación superior sí es equivalente a la universitaria”.
La falta de ayudas
En los últimos años la crisis económica se ha traducido en un recorte drástico de las ayudas públicas al sector de la cultura, lo que ha dejado a la danza profesional sin apenas subvenciones. A esto se suma que España no tiene una Ley de Mecenazgo que favorezca la inversión de las empresas privadas en este tipo de actividades. En países como Estados Unidos, las empresas que invierten en cultura tienen grandes ventajas fiscales, lo que fomenta que parte de sus beneficios los destinen a apoyar, por ejemplo, a las grandes compañías de danza. Antonio Najarro, director del Ballet Nacional de España, explica que uno de sus principales problemas es que “al no existir una ley de mecenazgo es difícil encontrar patrocinio privado en España. Nosotros llevamos cinco años trabajando en la búsqueda de patrocinadores y benefactores del BNE y aunque vamos muy despacio, vamos consiguiendo implicar a algunas personas y empresas”.
Con un panorama tan desalentador, no resulta raro que gran parte del talento artístico de España decida desarrollar su carrera profesional fuera de aquí, buscando sueldos dignos, condiciones de trabajo justas y un merecido reconocimiento a su esfuerzo.