Más de una vez hemos podido comprobar cómo, en pleno invierno, alguien es capaz de escaparse a la playa y meterse en el agua para hacer unos largos o simplemente para darse un chapuzón rápido.

Una locura que no es tal, pues si estamos sanos y controlamos el tiempo en remojo puede ser un experimento de lo más saludable.

“A priori, los baños invernales, con agua fría, pueden resultar beneficiosos, tanto al aire libre como en el interior, simplemente aprovechando las ventajas que el agua fría de una ducha puede ofrecernos. Algunas de ellas son la activación del sistema nervioso autónomo y el incremento de la liberación de noradrenalina y endorfinas que se traducen en un efecto analgésico, antidepresivo y de mejora en la calidad del sueño”, explica la Dra. Débora Nuevo, de Medicina Interna del Hospital Nuestra Señora del Rosario.

Sí, no es ningún mito, la exposición repetida a bajas temperaturas nos prepara y protege de infecciones gripales o el resfriado común.

Pero aquí no acaban las ventajas, la lista es larga:

1.- Alivia los problemas de circulación, pues el agua muy fría provoca vasoconstricción, mejorando la circulación sanguínea y linfática y aliviando problemas tales como varices o el cansancio muscular.

2.- Contribuye a cerrar los poros cutáneos y a, que tanto la piel como el pelo, puedan tener un aspecto más saludable.

3.- Promueve la producción de testosterona en varones.

Sin embargo, para beneficiarse de un baño frío y evitar consecuencias indeseadas hay que seguir unas pautas.

Debemos olvidarnos de las bravuconadas de lanzarnos al agua en bomba o entrar a toda prisa para evitar que el frío que sentimos nos quite las ganas, pues un cambio brusco de temperatura puede provocar síncopes vasovagales, pérdidas de conocimiento.

“La manera de someter a nuestro cuerpo a las bajas temperaturas de las aguas invernales ha de ser progresiva, recomendando primero sumergir pies y manos y después ascender paulatinamente. Los beneficios de la exposición al agua fría pueden experimentarse desde los 18-20 grados hasta los 8-10ºC, sin que sea necesario alcanzar temperaturas más bajas, aunque también se reconocen beneficios de bañarse en agua helada”, explica la especialista.

También recomienda controlar el tiempo que pasamos en contacto con el agua a pocos grados. Lo aconsejable es que no exceda los diez minutos y que una vez sumergidos hagamos algún ejercicio suave para potenciar la circulación, los beneficios sobre ella y la oxigenación muscular y de los tejidos.

Es importante no sobrepasar ese tiempo para evitar problemas como la hipotermia. Una vez transcurridos los diez minutos, es esencial secarse rápida y adecuadamente.

Todo es cuestión de animarse. Cualquier persona sana, aquella que no padezca ninguna enfermedad, infección activa o que se encuentre embarazada puede disfrutar, si se atreve, de la playa los 365 días al año.