¿Tanto problema tienes con comer frutas y verduras? ¿Jamás te decantarías por un pescado al horno si tienes delante de ti una grasienta hamburguesa? No te equivoques. No es que la comida sana no te guste, es que no sabes cómo introducirla en tu día a día para que comer una ensalada no resulte la hazaña del mes. Prueba con estos consejos y acabarás riéndote de tu yo del pasado que se hinchaba a bollos como si no hubiese un mañana.

1. Rodéate de comida sana. Un estudio publicado en la revista Appetite explicaba por qué los japoneses sienten devoción por el pescado crudo y los franceses por los caracoles.

Alimentos que a simple vista pueden dar cierto repelús con los que podemos familiarizarnos si están presentes en nuestro entorno a menudo. Si llenas tu despensa y te rodeas de fruteros, verduras frescas, pastas de trigo integral, pescados o legumbres y evitas tener delante esa tentativa caja de Donettes, tu cuerpo te pedirá lo que ya conoce y sabe que le sienta bien.

2. Supera los traumas de la infancia. ¿Eres el típico “delicado con la comida” que repudia las coles de Bruselas o el hígado porque cuando eras pequeño los aborrecías? Madura.

Cierto que cuando somos pequeños nuestras papilas gustativas son más sensibles a los sabores amargos propios de muchos alimentos saludables, pero una vez pasados los 10 años puede que ya no te resulten tan asquerosos e incluso sepas apreciar sus exquisitos sabores y texturas. Por lo menos, anímate a probarlos y comprueba si de verdad te dan “tanto asco”.

Tranquilo, no necesitarás maniatarte para hacer de la ensalada tu plato principal.

3. Come delante de un espejo. Un sencillo truco avalado por científicos de la Universidad de Cornell. Por lo visto, según explicaban en su investigación, colocar un espejo en la zona en la que habitualmente comemos puede ayudar a saciar nuestro apetito ya que observar nuestro reflejo mientras comemos, reduce significativamente el consumo de alimentos poco saludables y hace que parezcan mucho menos apetitosos que los grasientos. Nos gusta vernos comer sano, y si lo hacemos a menudo acabaremos acostumbrándonos.

4. Asegúrate de que tienes hambre. ¿De verdad estás hambriento o es simple y llano aburrimiento? Si somos capaces de esperar a tener auténtico apetito nuestro estómago rugirá tanto que estará mucho más dispuesto a que le echemos un buen plato de verduras sin demandar gordadas.

Ojo, que la ciencia ha demostrado que también puede ser que tengas sed en lugar de gula, así que antes de hacer una excursión a la nevera prueba a beber algo y deja pasar unos minutos.

5. Dale a los alimentos más caros. Un estudio publicado en la revista Journal of Sensory Studies demostró que las personas que se gastaban más de 8 dólares en comer se sentían más satisfechos que quienes escogían alimentos low cost, pese a que ambos menús contenían los mismos alimentos.

¿El motivo? Tendemos a pensar que los productos más baratos son de peor calidad. No sólo eso, al ahorrarnos un dinero dejamos abierta la puerta a poder gastar un poco más y terminamos por aumentar las cantidades de comida que consumimos.

Sí, los alimentos orgánicos y ecológicos cuestan un poco más, pero merece la pena engañarte a ti mismo con una inversión que a medio plazo te va a resultar verdaderamente beneficiosa.