Nos hemos acostumbrado a malvivir bajo un castrador sentimiento de culpa constante. Culpa por no dormir lo que deberíamos, culpa por no leer, culpa por no entrenar lo suficiente… Culpa por no mimar más a los nuestros. Por no llegar antes al trabajo. Por no llevar más a los niños al parque. Por mirar el móvil sin control. Por no comer más fruta. Por utilizar harinas refinadas. Por comer bollería industrial. Culpa por tomar bebidas con gas. Por ver comedias facilonas en lugar de cine de autor...

Y, con tanta culpabilidad encima, se nos olvida disfrutar de esos pequeños placeres que nos brinda la cotidianeidad. Placeres como disfrutar del jugoso dulzor de… ¡una torrija! Así, como suena. Disfrutarlo, sin más. Sin 'peros'. Sin lamentaciones. Disfrutarlo a lo grande. Recreándonos en la faena. Viviendo el momento. Sin remordimientos. Sacando pecho y sin pensar cuántas horas de ejercicio me va a costar eliminar la huella de su paso por nuestro organismo. ¿Por qué? Porque…

1.- Porque nosotros lo valemos. Porque nos pasamos la vida corriendo de un lado a otro como vacas sin cencerros, llegando tarde a todos los sitios. Pidiendo perdón. A dieta. Porque nos merecemos disfrutar del ahora. De este preciso momento y cómo se ha hecho toda la vida. De ese instante mágico en el que la canela nos enciende el paladar y el azúcar nos inunda la boca, provocando una explosión de éxtasis en nuestras papilas gustativas.

2.- Porque ellas lo valen: Pan blanco, leche, miel, huevo, aceite y canela. Y se obra el milagro. Jugosas, dulces, deliciosas… Sin conservantes, estabilizantes, glutamatos… Las torrijas, además de uno de los postres más apetecibles, son una auténtica bomba nutricional por su alto contenido en calcio y vitamina B. ¡Gasolina para nuestros cuerpos de élite!

3.- Porque tampoco es para tanto: Dicen, los expertos en nutrición, que 100 gramos de torrijas equivalen a unas 200 kcal. Dos centenares de kcal de las que, por cierto, solo solemos disfrutar una vez al año. En Semana Santa. Y son unas maravillosas calorías, mucho más sanas que otras con las que castigamos a nuestros bodies con muchísima mayor asiduidad y sin tanta lamentación absurda.

4.- Porque nos ponen las pilas. La explosiva combinación entre el azúcar y el sentimiento de culpa pueden convertirse en el cóctel perfecto para animarnos a hacer deporte. Cualquier excusa es buena para empezar y, quién sabe, a lo mejor hasta nos enganchamos. Una hora y media de paseo a buen ritmo; 45 minutos de carrera o media hora de baile en casa son más que suficientes para exterminar los –supuestamente- devastadores efectos de una torrija.

5.- Porque ya vale de tanta tontería: Y cuidarnos no quiere decir que nos tengamos que volver gilip… A nadie le amarga un dulce y comernos un dulce no va destrozar nuestro estilo de vida saludable, ni a condenarnos al fracaso social y deportivo. Una torrija no es un arma de destrucción masiva. Si no un regalo de nuestra gastronomía. Así que… Keep calma y ¡come torrijas!