Nada. Vas fatal de tiempo y no vas a poder invertir ni cinco minutos en desayunar. Bueno, por un día no pasa nada y así te ahorras unas cuantas calorías. Malas noticias: a tu cuerpo no le va a hacer tanta gracia tu idea de salir de casa en ayunas.
1. Adiós músculos. Cuando te despiertas tu cerebro echa el cálculo: debes tener azúcar suficiente como para aguantar unos 20 minutos. Mal vamos. Si comprueba que no hay suficiente glucosa en sangre, enviará un mensaje al hígado para que saque las reservas que se traducen en otros 20 o 25 minutos en activo.
No va a ser suficiente y tomará partido la cortisona que se encargará de enviar una señal de alerta para que las células musculares, los ligamentos de los huesos y el colágeno de la piel empiecen a liberar proteínas para que el hígado pueda convertirlas en glucosa y pasarla al torrente sanguíneo. Un proceso que tendrá que repetir hasta que comas algo y que, a largo plazo, puede hacer estragos en tus adorados músculos.
2. Mal humor. Claro, también puede ocurrir que desayunes unos huevos revueltos pero tengas el día cruzado y no te levante el ánimo nada. Pero cuando no desayunas este humor de perros se debe a que el organismo entra en un estado de ayuno prolongado y se pone en tensión porque cree que no le va a caer ni un alimento en muchas horas, y realmente no se equivoca. Gruñirás tanto como tu estómago.
3. La vida al revés: Comida de rey (y cena de príncipe). Quienes acostumbran a tomar cada mañana una tostada o unos cereales, notarán su ausencia y no les bastará con un puré de verduras o una ensalada de pollo para almorzar. Quizás, a lo sumo, para cenar, aunque seguramente repetirán.
El gran problema ya no es solo que te calces unos platos descomunales, al estar totalmente pendiente de recibir alimentos resulta que el cuerpo almacena todo lo que comes como grasa para guardar reservas porque no se fía un pelo de que vayas a darle nuevos nutrientes próximamente.
4. Apatía total. Puede que hasta ahora creyeses que el desayuno era importante sólo porque a primera hora tenemos hambre. El hecho es que es el combustible para activar nuestro cerebro y, si no nos tomamos ni un café o té, nosotros estaremos agotados y nuestro nivel de productividad por los suelos. Ojo, porque si notas que algo falla en particular, esa será tu memoria.
5. Una mala noche. La cena que hoy no será ligerita, la potente comida que te has calzado para sobrellevar el hambre y la desgana que llevas acumulando desde primera hora, no se traducen precisamente en que pilles la posición horizontal y caigas rendido en los brazos de Morfeo –el dios del sueño, no el grupo musical–.
El hecho es que no desayunar probablemente te haya conducido a consumir algo más de azúcar de lo normal y cafeína para mantenerte espabilado, lo que se traducirá en que te duermas más tarde de lo habitual.
6. No adelgazas. Aunque tal y como demostró un estudio realizado en la Universidad de Alabama en Birmingham, desayunar o no apenas tiene impacto en nuestro peso, lo cierto es que si no controlamos el tamaño de las raciones que nos llevamos a la boca a la hora de comer, saltarnos la primera toma del día incluso puede engordar.
Aunque son muchas las personas que siguen a rajatabla aquello de que lo único que no engorda es lo que no nos comemos, es importante poner en marcha el metabolismo para activar la grasa marrón y poder quemar alguna que otra caloría, y cuanto antes lo hagas, mejor. A partir de ahora te lo pensarás dos veces antes de salir de casa con el estómago vacío.