Normalmente los maratones se concentran en dos rangos de fechas, principios de primavera o finales de otoño y principios de invierno, más o menos. Así que para llegar bien preparado tienes que hacer un entrenamiento específico de unas doce o dieciséis semanas con calor o con frío. Y yo tengo claro lo que prefiero: el calor.

Si, lo sé, el calor tiene unos contras que no se pueden obviar, pero qué queréis que os diga, yo prefiero esos contras las ventajas que pueda tener correr con frío. Soy un ‘Summer runner’ si es que existe la expresión. El sol, el calorcito y los días largos me gustan para salir a correr y entrenar.

No sé a vosotros pero eso de correr con capas y capas de ropa no me va mucho que digamos. Y eso que tiene la ventaja de que con tantas prendas, mis lorzas quedan bastante bien disimuladas o al menos eso creo-espero. Por esta circunstancia, no tengo que meter tripa y respirar libremente mientras corro, una gozada, lo reconozco.

Pero con la llegada del frío la pereza causa estragos en mi persona. Es mirar por la ventana y ver que llueve o nieva, hace aire y encima un frío que haría las delicias de la muchacha rubia de ‘Frozen’ para que se me quiten las ganas de salir a correr. El sofá y una manta me parecen más apetecibles que pasar una ‘rasca’ del carajo mientras entreno.

¿Y qué me decís de eso de llegar a casa con la misma temperatura corporal que un Walking Dead? A mí me gusta sentir que estoy vivo cuando acabo de correr, notar mis dedos, mi nariz, mis orejas y bueno, otras partes también (los chicos ya sabéis a lo que me refiero) ¡Y no me vengáis con el gustito que da la ducha de agua caliente de después! ¡No compensa!

Además a mí me gusta tomarme algo fresquito cuando acabo de correr. Una cervecita o una ‘coca-cola’, acompañadas de alguna exquisita vianda. ¿Pero en invierno? El cuerpo te pide un chocolate con churros o un caldo calentito (para los que no les gusta el dulce). ¡No hay color, amigos!

Que me guste correr con calor no quiere decir que no sea consciente de las ventajas que tiene el invierno a la hora de entrenar. Sé que el rendimiento es mejor con temperaturas bajas que con altas, la ‘patata’ tiene menos trabajo con el frío. Además no hace falta madrugar para evitar achicharrarte cuál pollo asado mientras corres. Y como hay menos días de sol, no coges el típico moreno ‘albañil’, que tan antiestético es. Ventajas que a mí no me convencen ni me compensan.

Así que después de preparar más de una decena de maratones y pruebas de larga distancia tanto en verano como en invierno, os puedo asegurar que donde esté un buen verano con su calorcito, que se quite el invierno con su frío y sus inclemencias. ¿Y tú que prefieres?