Todos los que hemos corrido un maratón sabemos que la verdadera dureza de esta carrera reside en su preparación. Son meses de muchos entrenamientos y sacrificios. Pero si realmente hay una semana del plan de entrenamiento del maratón que todos los corredores temen, es la semana previa al maratón. ¿Qué le pasa a un corredor en esos días? Si no lo has vivido en primera persona, yo te lo cuento.

Una de las cosas que suele pasar es que empezamos a sufrir síndrome de abstinencia o ‘mono del runner’. Tras semanas de correr muchos kilómetros, en estos días previos tenemos que descansar para llegar en las mejores condiciones a la salida. Y eso, amigos, se lleva muy mal. Queremos correr, y queremos correr ya. No vemos la hora en que suene el pistoletazo de salida y podamos enfrentarnos a los cuarenta y dos kilómetros. Sudores fríos, irritabilidad y taquicardias son algunos de los síntomas más comunes.

Los sueños recurrentes son muy normales también. Los hay de todo tipo, desde pesadillas en los que uno sueña que se pierde y no encuentra la línea que marca el recorrido hasta preciosas fantasías donde corremos cual keniatas o etíopes batiendo nuestra mejor marca personal y jactándonos de ello ante nuestro cuñado.

También nos obsesionamos ‘un poco’ con lo que comemos. La famosa carga de hidratos o la dieta disociada han hecho mucho mal entre los maratonianos. Que si no comas esto, que si come de esto, proteína sí, proteína no, bebe mucho líquido, no bebas alcohol que deshidrata y así un larguísimo etcétera de consejos sobre nutrición para runners. Lo que es sagrado y eso todos los corredores lo sabemos, es el plato de pasta en la cena del sábado.

Duele todo. Y cuando digo todo, es todo. Desde esa uña que te cortaste con días de antelación para evitar problemas hasta el músculo más insignificante que tenga que ver en algo con el correr. Los dolores fantasmas visitan al maratoniano para sembrar de dudas sus horas previas al maratón. En algunos ámbitos a estos dolores se les conoce con el nombre de ‘cagaleras de la muerte’. Y es que es así, simplemente estamos cagados ante lo que se nos viene encima.

Parecemos bipolares, tan pronto estamos eufóricos pensando en la carrera como nos encontramos en un estado de semi-depresión acongojados (por no cambiar el orden de las letras y decir algo más fuerte) por miedo a no ser capaces de afrontar los cuarenta y dos mil ciento noventa y cinco metros del maratón. La ‘López-Ibor’ haría el agosto tratándonos a todos durante estos días.

Si hombre precavido vale por dos, se podría decir que maratoniano precavido vale por cuatro. Esa semana no damos un paso sin mirar antes donde ponemos el pie, si hay que bajar una escalera utilizamos arnés y cuerda de seguridad por si las moscas, no dejamos ni una ventana abierta para evitar posibles corrientes y catarros de última hora. Incluso algunos corredores no dejan que sus hijos se les acerquen para evitar posibles contagios. ¿Exagerados? ¡¡Que vaaaaa!!

Estas son algunas de las situaciones más comunes que se dan entre millones de maratonianos alrededor del mundo en esa semana llena de ilusiones y de temores. Una semana dura pero que si se sabe llevar con tranquilidad también puede ser una de las más bonitas. Sólo quienes la hemos vivido sabemos que merece la pena pasar por todo ello, es más, la mayoría hasta repetimos.

Y tú, ¿cómo pasas la semana previa al maratón?